III. La Mascota Del Ciervo.

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III

♦      ♣     ♥


—¡Juro que cumplí con mi parte del trato, por favor, detente! —dice el hombre.

Ellos me piden que sea piadoso.

—¿Qué más quiere Alastor?

Los gritos me revuelven el estomago.

—¡Te daré lo que quieras!

—Ese es el problema, él no quiere lo que tengas —le digo al fin, al hombre que capture de un callejón, drogándose, aun tiene las pupilas dilatadas—. Te quiere a ti.

Volví a ponerme detrás de él, asegurando las sogas con la que lo mantenía sujeto a la silla.

Los traigo a la oficina de Alastor para que él siga con lo suyo, grabando a través de sus aparatos de la mesa, los gritos de agonía y las torturas auditivas que transmite desde una radio philips.

El drogado sigue hablando. Dice lo mismo que todos los que hicieron tratos con Alastor, y no cumplieron.

Trabajo para el Demonio de la radio desde que perdí en una apuesta con él, mi casino sigue siendo mío, pero las almas que pierden dentro vienen directo a la torre de Alastor. Ya nada es mío, en realidad, ni mi alma. 

Lo veo desde el cristal traslucido de la ventana, un reflejo de la infamia.

Abro mi camisa de cuadros, pasando los dedos por mis costillas. 

Un sombrero de copa se pone entre mis orejas.

—Buenos días, gatito —dice Alastor, volteándome hacia él—. Gracias por traérmelo en una sola pieza. 

Asiento.

Siempre mis instintos me dicen que corra, que tiemble y sucumba al miedo.

Su dedo me eriza los pelos, deslizándolo de mi ombligo a la barbilla.

—Respira, exhala —dice Alastor con pausas.

—¿Por qué no me dejas usar nada bajo la camisa?

—Sé que odias esto que eres, así que te hago verlo.

Da media vuelta, tambaleando su bastón y encendiendo el micrófono de la mesa. 

Va al librero para sacar un libro de tortura medieval, y de un chasquido hace que las cortinas cierren las cuatro ventanas que rodean el cuarto.

—Amo —digo, estirando medianamente el brazo—, ¿puedo retirarme?

Me ignora.

Toma el pulso del hombre con dos dedos en su cuello.

Repito la pregunta. Voltea por encima del hombro.

—Te puedes retirar hasta que veas como me hago cargo de él —responde Alastor.

Presenta la correa alrededor de mi cuello. 

Hace que lo siga hasta la silla frente a su mesa, sacudiéndome los hombros y haciendo sentirme "cómodo".

Suspiro.

Tomo el micrófono.

Él regresa con el hombre.

—Buenos días a los residentes de la tercer punta del infierno, hoy mi amo Alastor les hará escuchar la sinfonía de un hombre perdido que apostó a su familia, por una misería —anuncio con una falsa alegría—. Espero disfruten de la sintonía.

DOMESTICAME - [ HUSKERDUST ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora