XIII. El Contacto De La Araña.

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XIII

♦   ♣   ♥


Cuando él volteaba a mí, yo giraba al lado contrario.

Temí a cada segundo que fuesen a encontrarnos. Que él se diese cuenta lo mucho que le observaba con cero disimulo, por ser el primero que me hiciese romper el espacio personal.

Lo mucho que deseaba tomarle la mano.

—Cuéntame el cómo llegaste aquí —dice Angel—. Has estado callado todo el camino.

Una apuesta.

—Que lindo. —Angel cabizbajo, se cruza de brazos—. Lo mío fue de sobredosis. 

—Perdona. A veces pienso en voz alta.

Lo hago cuando el efecto del alcohol empieza a disminuir sus efectos, dejando que piense a cómo pienso y me retumben las encías. 

La abstinencia se ha pasado por mi cabeza continuas ocasiones, que haya querido intentarlo no signifique su prometido haya funcionado por completo. Acabo yendo al mismo lugar de siempre, pues el casino es donde hay tanto a la disposición que es inevitable, llevarme más de una botella a la habitación. Antes de ser llamado por Alastor.

Antes de volver al trabajo.

Los pensamientos deberían de estárseme acomodando a como el efecto disminuye, pero mi cuerpo esta tan acostumbrado, que no es sencillo estar con todo en orden y responder a preguntas como las de Angel, de manera sencilla. Se vuelve confuso lo que quiero decir. 

Por eso prefiero quedarme callado antes de solar una estupidez, como las que dije en la fiesta de Belcebú. Es verdad, tome demás, tenía sentido pero es lo mismo que cuando no estoy borracho. Pierdo la razón.

Necesito.

En serio que lo necesito, ahora.

Una mísera gota.

Tomaría incluso una botella tirada en estas aguas sucias con tal de llenarme. Por suerte, no he visto ninguna. Por desgracia, no debería de estar buscando entre la basura.

—Mierda, ¡¿Podrías callarte?! —detengo el paso, lanzado al frente las manos.

—No dije nada.

Silencio.

—¿Estás bien? —intenta tocar mi hombro, pero lo aparto de un manotazo.

Le aviso que a la vuelta están las escaleras a una calle ya a las fueras de la ciudad, lejos de los diablillos del infierno.

Uso las palmas para frotarme los ojos. 

Llegando a las escaleras, al lado de un hueco en la pared por donde desciende el río de deshechos, veo la tapa a unos escalones de distancia con ráfagas de luz entrando por los huecos, del símbolo de la lujuria. 

—Descuida, no es la luz del sol —aviso—. ¿Por qué tus brazos bajos los tienes tras la espalda? ¿Ocultas un armamento de plástico?

No se ríe.

Saca moño de la espalda, colocándolo en mi cuello.

—Lo recogí cuando peleaste con Blitz —dice sin siquiera verme a los ojos—, creí que te importaría. 

Sí que me importa. Tú tocaste el listón del moño.

Al igual que mi sombrero de copa.

Esa tira de tela, fue lo que salve, cuando Alastor quemó todo.

DOMESTICAME - [ HUSKERDUST ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora