XXV. El Deseo Que Construimos.

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XXV

♣     ♦     ♥


Odio los lunes.

El único pensamiento que obtengo luego de ese, es recordar que tengo un gato.

—¿Crees que me veo patético? 

Me veo en sus ojos. Está sentado en la alfombra.

Subo el brazo a la cama solo para ponerlo tras la cabeza.

—Sí que lo soy. Demasiado patético.

A arrastras consigo alzarme de las sabanas, arqueando la espalda con un inmenso dolor en las rodillas que quisiera dejar de tener todas las mañanas.

Nuggets no para de maullar hasta que le doy comida en su bandeja. 

Yo no paro de bostezar hasta ponerme el uniforme del trabajo y terminar yendo al fregadero del baño, limpiando el espejo de caja con la manga. 

Surco los mechones hacia atrás con ambas manos. Abultándose con líneas blancas que ya yacen de mi edad, posiblemente estar a un año de los treinta, sea mas que suficiente para caerme encima todos los dolores posibles. Le doy unos retoques a la barba, tocando hasta mi piel morena.

Doy un pesado suspiro, ajustando el moño bajo el cuello de la camisa de vestir, jaloneando luego las mangas de dorado y abotonando al final. 

Escucho un maullido entre los pies descalzos.

Este gato es más precavido que yo, antes de salir del departamento maúlla y me abre los ojos para lo que se me escapa de los pensamientos recordar.

Vuelve a maullar. Retraigo la llave de la perilla.

—Oye, baja de la mesa —arqueo una ceja.

Maúlla de nuevo.

—Ya cene ayer, Nuggets —apresuro a quitar el seguro.

Vuelve a maullar.

Golpea con su cola el florero, derramando las rosas con el agua.

Cabizbajo, levanto las manos con un rugido de tripas.

Y al reacomodar todo, con mis flores rosa pastel a salvo, desayuno culpando a Nuggets que se recuesta boca arriba encima de la mesa.

Saco el celular con el fondo de pantalla, a Nuggets con un trajecillo de vestir, moño y sombrero de copa. 

Respondo a una llamada.

—Husk, ¿por qué no respondes? 

Del susto muerdo la cuchara.

—Buenos días, mamá —respondo, acariciándome la sien.

Nuggets se intenta acercar a robar tocino de mi plato. Le alejo.

—¿Te emborrachaste verdad? 

—No.

Reviso desde mi lugar el cesto de basura.

—Talvez.

—Ah, bueno, ya que. Tenías que salir a mí —su voz de aleja del contestador.

—¿Tienes una deuda? 

No responde.

—Ya hablamos de esto —me muerdo la mejilla.

Checo la billetera de mi bolsillo trasero.

—¿Puede ser transferencia? —digo ya sin ganas.

—No te iba pedir dinero, cariño. Quería decirte: Feliz cumpleaños.

DOMESTICAME - [ HUSKERDUST ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora