Capítulo 21

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Un eco de inquietud la había envuelto al amanecer. La sospecha de que algo iba mal titiló en su conciencia al despertar. Y aquellos susurros envolventes, persistían en su cabeza sin parar. Las criaturas habían sido ingeniosas, habían plantado la semilla de incertidumbre en su mente y ahora, los cuestionamientos y dudas agolpaban sin descanso.

El día anterior había transcurrido en una especie de neblina para Malina, casi sumida en us estado de incociencia, entumida por la influencia abrumadora de las pastillas que había ingerido, una cantidad superior a cualquier dosis previa. Malina intento atribuir su sensación de malestar a los efectos de la pastilla y a la presencia de las criaturas, seres empeñados en revelarle algo que carecía de veracidad ¿O tal vez no?

No obstante, esa sensación incómoda persistió a lo largo de toda la mañana, acosándola como un depredador al acecho, listo para consumirla. Isabella, quien la noche anterior había anhelado su compañía, parecía haber percibido su peculiar actitud, especialmente después de que rechazara la invitación para quedarse en su habitación. Sin embargo, Malina no pudo, no pudo acompañarla cuando un torrente de pensamientos negativos la invadieron como una plaga.

No podía evitar culparse, especialmente cuando las criaturas susurraban a su oído lo peculiar que había sido el comportamiento de Isabella. Malina no dejaba de repasar mentalmente esos momentos. La rigidez del cuerpo de Isabella frente al policía que preguntaba por Valerio, la leve vacilación y el creciente enojo al preguntar si verdaderamente ella no sabía nada sobre aquel incidente. Todos esos escenarios se desplegaban ante ella como escenas de una película sin posibilidad de pausar.

— ¿Estas segura de que te encuentras bien? —el delicado tacto de Isabella en su brazo la hizo detenerse.

La preocupación y el cariño reflejados en la mirada de Isabella la obligaron a frenar esos pensamientos. Allí estaban, persistentes, tratando de irrumpir con fuerza para alejar a Isabella, pero Malina se resistía.

Una vida entera de sufrimiento, sin cariño, le había otorgado un anhelo firme: el deseo de sentir, de querer con locura. Desafortunadamente, había depositado ese anhelo en Isabella. La joven de cabello castaño y ojos achocolatados le quitaba el aliento, nublaba su capacidad de razonar correctamente y, sobre todo, la hacía desear con tanta intensidad que la simple idea de que le estuviera mintiendo resultaba dolorosa.

—Estoy bien Isa —expresó con una sonrisa, intentando transmitir tranquilidad a la joven; no obstante, sus ojos apenas reflejaban el destello de su sonrisa—. Simplemente preocupada de no haberte obedecido y traer un suéter, los vientos se ven demasiado fuertes —Isabella asintió no muy convencida.

Al descender del automóvil, lo primero que recibió fue el choque suave de la brisa en su rostro. Sus cabellos danzaron al compás del viento, aunque esta vez, en lugar de experimentar el reconfortante abrazo habitual, sintió algo distinto. La cálida brisa había sido reemplazada por un aire gélido, que le erizaba la piel y le envolvía en una sensación nueva y desconcertante.

El peso de una prenda descansando sobre sus hombros la hizo girarse; Isabella, con esa sonrisa que avivaba su corazón, se despojó de su sencillo abrigo y lo colocó sobre Malina sin titubear. Como si anticipara su siguiente movimiento, Isabella se mantuvo firme, aferrando el abrigo a los hombros de Malina, impidiendo cualquier intento de devolución.

—Vas a tener frío —reprochó Malina.

—No en este momento, a diferencia de ti, cuyos vellos se han erizado por el aire —respondió Isabella con calma.

—Está bien, es mi culpa por no haber traído un suéter; no necesitas sufrir las consecuencias por mí —Isabella soltó una risita mientras bajaba la mirada; Malina no pudo evitar pensar que en esos momentos Isabella irradiaba una belleza incomparable.

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