Capítulo 31

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Eleonor se encontraba sumida en un mar de recuerdos que la arrastraban hacia un pasado que nunca imaginó vivir. La luz tenue del lugar se filtraba a través de las cortinas, proyectando sombras danzantes en las paredes, como si los ecos de su angustia quisieran tomar forma. Junto a ella, Daniel movía sus pies inquietamente, un gesto que, en circunstancias normales, podría haber pasado desapercibido, pero que en ese momento resonaba con la desesperación latente que ambos compartían.

Las lágrimas caían silenciosamente de sus ojos, cada una cargada de un dolor inimaginable. Pensaba en su pequeño, ahora perdido en un abismo de incertidumbre. ¿Dónde estarías, amor mío? Su mente la asediaba con imágenes de su hijo, temblando de frío, asustado, quizás llorando por su madre que no podía encontrarlo. La angustia se acumulaba en su pecho, como si un peso invisible la empujara hacia el fondo de un océano de desesperación.

La tarde era un reflejo de su tristeza; el cielo, cubierto de nubes grises, parecía llorar con ella. Recordaba las tardes soleadas en las que su pequeño corría por el campo, riendo mientras perseguía mariposas. La alegría había sido sustituida por un vacío helado. Cada rincón de la casa le recordaba su ausencia, cada juguete sin usar, cada silencio ensordecedor.

¿Dónde estaba? La pregunta se repetía en su mente como un mantra. ¿Lo había llevado alguien? ¿Lo estaban cuidando? Su corazón se desgarraba con cada pensamiento; lo imaginaba perdido, rodeado de extraños, sintiéndose pequeño y desamparado, con el frío calando hasta los huesos. Cada lágrima que caía era un grito ahogado, una súplica silenciosa al universo.

En ese instante, la puerta se abrió y el oficial Torres entró en la habitación. La figura de este hombre, tan imponente como la tristeza que la envolvía, rompió el hechizo de sus recuerdos. Daniel y Eleonor se levantaron de sus asientos, sus corazones latiendo al unísono, como si la esperanza pudiera renacer en cada palabra que pronunciaría el oficial. Pero, mientras se disponían a dar su declaración, Eleonor sintió cómo la realidad la arrastraba de vuelta al presente.

Ocho años habían pasado desde aquella mañana fatídica, pero el eco de su sufrimiento aún reverberaba en su alma. Ahora, sus pensamientos se centraban en Isabella. El temor se instaló en su pecho; ella no podía permitir que la historia se repitiera. La imagen de Isabella ajena a la oscuridad del mundo, la llenaba de una inquietud indescriptible.

Al ver al oficial Torres cruzar la puerta, Eleonor sintió que el tiempo se detenía nuevamente. La misma escena se desarrollaba ante sus ojos, pero esta vez, el objeto de su preocupación era diferente. Se levantó del asiento con una determinación renovada, su corazón latiendo con fuerza, sabiendo que esta vez no podía rendirse. La lucha por su Isabella apenas comenzaba.

La mirada del oficial Torres, seria y profesional, la hizo recordar su desesperación anterior. Aquella vez, cada palabra que había pronunciado parecía un susurro perdido en el aire, una súplica que no había sido escuchada lo suficiente. Ahora, al enfrentar a este hombre, se sintió envuelta en un torbellino de emociones. No solo buscaba respuestas, sino también justicia, seguridad, y la promesa de que Isabella nunca conocería el dolor que ella había soportado.

Las manos de Eleonor se apretaron en puños, temblando ligeramente. Tenía que ser fuerte, no solo por ella, sino por su hija. Sabía que la vida no era un cuento de hadas, pero también se negaba a dejar que la sombra del pasado la consumiera una vez más. Daniel, a su lado, parecía sentir el mismo peso en el aire. Eleonor lo miró, buscando en sus ojos la chispa de esperanza que siempre había encontrado. Él asintió, su expresión reflejando un entendimiento profundo. Juntos, como habían hecho tantas veces antes, enfrentarían este nuevo capítulo con la valentía que sus corazones desgastados podían reunir.

El oficial Torres despejó su garganta, listo para empezar, y Eleonor sintió cómo una nueva oleada de pánico la invadía. La atmósfera en la habitación se volvió densa y cargada de emociones. El oficial Torres tomó asiento, su mirada fija en Eleonor y Daniel.

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