Capítulo 4

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El sol en su rostro empezaba a molestar. Había estado esperando lo que para ella parecía una eternidad, que un puchero ya se había formado en su rostro, pero justo en el momento en el que estaba por rendirse, el auto tan familiar para ella hacía acto de presencia.

Sus pequeños piececitos cobraron vida y corrieron tan rápido como pudieron. La enorme sonrisa en su rostro y el brillo en sus ojos delataban la felicidad rebosante en su corazón y la prisa por ser la primera en recibir a su hermanito habían casi arrasado a su mejor amiga en el camino.

— ¿¡Por qué corres!? —chilló una aguda voz llena de curiosidad.

— ¡Llegó! ¡Oliver ya llegó! —a esa respuesta le siguieron otro par de piececitos por detrás.

La primera persona que la niña vio fue a su padre, quien antes de que pudiera estrellarse contra él, puso una mano en su rostro, frenándola por completo.

—Alto ahí señoritas —la acción fue repetida con su mejor amiga—. Si quieren ver al bebé deben bajarle a su emoción —las dos asintieron frenéticamente que a Daniel no le quedo más que soltar una pequeña risa ante sus ocurrencias.

La presencia de su padre fue eclipsada por el pequeño bulto que su madre traía en manos. Eleonor se acercó a ella y con una amorosa sonrisa se agachó levemente, permitiéndole ver a la más hermosa criatura que hubiera visto en su corta vida. Malina se apoyó en los brazos de su madre, se puso de puntillas y sonrió al ver tan inocente bebé, para sus ojos era simplemente hermoso.

—Es muy pequeño —susurró tratando de no despertarlo.

—Lo es y por eso hay que tener mucho cuidado con él —respondió su madre.

— ¡Es muy lindo! —chilló Isabella haciendo que Malina la callara al instante.

— ¡Lo despertarás! —chilló de igual forma.

En ese momento un pequeño sonido dio aviso de que lo habían despertado. Malina miró anonada el pequeño movimiento de su hermanito mientras abría sus ojos y fue cuando se perdió, en aquel azul de océano idénticos a los de ella y a los de su madre. El llanto del bebé fue tan ruidoso y molesto que Isabella casi huye despavorida, pero en la mente de Malina, solo estaba lo mucho que ya amaba a ese bebé.

—Cuidado —en medio de la bruma de sus pensamientos, Malina chocó suavemente con alguien. Alzando la vista, se encontró con un chico de su misma edad, un completo desconocido que parecía haber surgido de la nada—. ¿Estás bien?

Malina parpadeó, momentáneamente desconcertada por la pregunta. Luego, llevó la mano instintivamente a su rostro y se sintió sorprendida al encontrar sus mejillas húmedas. Con un gesto rápido, se enjugó las lágrimas, como si al hacerlo pudiera borrar el rastro de sus pensamientos dolorosos.

—Sí, estoy bien, gracias —murmuró, su voz apenas un susurro en el aire. El chico estuvo a punto de decir algo más, pero la pelinegra siguió su camino, sumiéndose de nuevo en un mar de pensamientos.

Sacudiendo la cabeza con suavidad, continuó su búsqueda del baño en medio del laberinto de pasillos. Finalmente, llegó a una puerta y giró el pomo con determinación, esperando encontrar la tranquilidad momentánea que buscaba.

Sin embargo, al abrir la puerta, se encontró con una escena totalmente inesperada. Frente a ella, Isabella y otra chica, la cual desconocía por completo, la miraban con ojos abiertos de par en par, como si hubieran sido sorprendidas en medio de un acto prohibido. La sorpresa y el temor se reflejaban en sus rostros, y Malina quedó momentáneamente desconcertada ante el espectáculo.

— ¿Qué... qué está pasando? —preguntó, su voz titubeando ligeramente mientras miraba alternativamente a Isabella y a la otra chica.

Isabella parpadeó rápidamente, como si estuviera tratando de encontrar las palabras adecuadas. La chica rubia, por su parte, parecía al borde de la incoherencia, como si la mera presencia de Malina fuera un desencadenante para su pánico.

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