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A diferencia de los días anteriores, Luther pudo lograr suprimir el recuerdo de Aponia en su cabeza, aunque no con la mejor excusa: la culpa que sentía al haberse masturbado en la escuela. Quizás para muchos sería algo bastante normal o algo que realmente no se consideraría totalmente malo, pero para un hombre mayor como Luther, haber hecho eso en una institución, lograr satisfacerse sexualmente por pensar en una mujer era imperdonable.

          Basta decir que al final del día se quedó una hora más para rezar por el perdón de sus pecados.

          Su casa no era el lugar más sereno en el que podía estar, siempre estaba patas para arriba, diario les tenía que pasar algo extraño y perturbador qué haría qué cualquiera se cuestionara la sanidad mental de cada uno de los habitantes de la familia. Pero, en esta ocasión su casa estaba vacía, su hermano, Randal, no se encontraba haciendo escándalo, seguramente estaría jugando con Sebastian afuera, y sus catmens se encontraban dormidos en algún lugar de la vivienda, dejando todo el lugar en silencio.

          La paz, aunque fue incómoda en un principio, logró relajar lo suficiente a Luther como para dejar respirar su cuerpo, prepararse un café y subir a su habitación a relajarse. Dio un paso dentro de aquella recámara y ya estaba enfrente del altar qué tenía: un pequeño mueble en donde tenía su espacio sagrado para poder rezar, el cual también ahora estaba infestado por las fotos que pudo conseguir de Aponia. No había cambiado nada de lugar, pero ahora no se sentía cómodo, podía sentir las múltiples miradas de aquellas fotos juzgando por lo que había hecho en los sanitarios.

          Luther de verdad creía y se percataba de aquello, las imágenes de los santos criticando y las fotografías de Aponia viéndolo con desprecio, rechazando su presencia desde el momento uno. El pensamiento de que su sentir era porque había hecho algo terrible lo hizo sentir en extremo culpable y avergonzado por su mente tan enferma, por la obsesión tan preocupante qué tenía con esa menor.

          Él era un pecador por desear a una mujer ajena de esa manera, no importaba si la chica no estuviera atada a alguien, era irrespetuoso; de la misma forma había ofendido a Dios, debía de ser castigado, rezar y rogar por la salvación de su alma. Una bruma navegada en su mente, de ninguna manera quería alejarse de Aponia, imaginarse no siendo capaz de verla nuevamente, sentir su cálido presencia u oír su voz lastimaban su pecho, como si le empezaran a arrancar el corazón.

          Luther necesitaba tener Fé, rezar más fuerte, y si era necesario, someterse a castigos físicos para ser merecedor de la misericordia. Era el mejor maestro de aquella escuela, era el líder docente, el más respetado. ¿Cómo pudo él haber caído en las garras de una virgen joven como Aponia y ser envenenado por los deseos femeninos? Su trabajo era purificar a las personas. Primero debía de limpiar su cuerpo y mente, no se permitiría caer en las tentaciones que acechaban su alma para llevarlo al infierno; ni siquiera la foto de su Diosa podría salvarlo del castigo qué recibiría por su lujuria. ¿Pero cómo lo haría si veía a aquella fémina diario, incluso la tenía en su altar? Tal vez no sólo recibiría el perdón de su señor Dios, sino también de esa hermosa chica de quien estaba obsesionado.

          Luther necesitaba adorar y elogiarla, él necesitaba ser creyente a esa mujer virgen el cual su nombre era Aponia. ¿Valdría la pena que Dios lo perdonara si Aponia no lo hiciera? Se imaginó como ella lo vería si supiera lo que había hecho en aquel baño por ella; no sería capaz de soportar la mirada de asco que tendría en su cara, su ser puro y dulce ya no lo sería para él si supiera. Sin embargo, no le sucedería nada si dormía abrazando su almohada pensando en que era Aponia.


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Los siguientes días Luther se topó muchas más veces a Aponia de lo que tenía promediado, tenían las juntas escolares, la veía en los patios y pasillos, compartían la misma sección de la escuela en la que daban clases, lo que se convirtió en una rutina la cual, no le molestaba en absoluto.

          En una de esas juntas, el director, quien era la monja superiora encargada de la escuela y el sacerdote de la comunidad donde se localizaba la escuela estaban planeando su procesión anual; las celebraciones religiosas eran mucho más frecuentes que los típicos festivales de la primavera o del día de las madres, para ellos en su creencia era más importante celebrar a sus santos y religiosos.

— Les agradezco a todos por venir, docentes — Saludó aquella religiosa, entrando a la sala de maestros antes de sentarse en la punta de aquella mesa en la que todos los invitados se encontraban. — Como sabrán, la fiesta de nuestra señora madre, María, se acerca, lo que significa, celebrar su procesión. Necesitamos como siempre voluntarios para ayudar a la organización del evento, y una de ustedes, maestras, que tome el manto de representar a la virgen como es debido —

          Era una costumbre que cuando se llevaban a cabo ese tipo de eventos, se eligiera a la gente en lugar de solo adorar imágenes y estatuas, creían que era algo mucho más vivido y que podía conmover más rápido a las masas. Volviendo al tema, apenas dijo esa noticia, Luther hizo oídos sordos y volteó a ver a Aponia, quien ni siquiera estaba cerca y no lo estaba viendo; ella sería muy dulce y perfecta en ese rol, tan inocente y pura que se casó con la idea de verla de esa forma. Su mente divagó hasta que la dominante voz de la monja resonó en la sala de juntas.

— Profesor Ivory. ¿Tiene alguna sugerencia de quién podría ser nuestra siguiente virgen María o podemos proseguir? — Los ojos de Luther se abrieron como platos, saliéndose de su trance para recopilar los últimos segundos de la conversación, buscando verse como si no estuviera pasando nada.

— Aponia sería una excelente virgen María, es una persona muy agradable y responsable, creo que es perfecta para el rol. Siempre se ve dispuesta a hacer lo mejor para todos los que están a su alrededor, la gente amaría verla como la virgen — Su voz sonó entrecortada en las primeras palabras, pero fue ganando confianza cada que hablaba, llegando casi hasta decirlo con una sonrisa en el rostro.

          Luther se convirtió en el blanco de mirada de todos los profesores, incluida Aponia, quien cuando escuchó a Luther proponerla, se sonrojó por la pena y los nervios que le dio ser nombrada para cumplir aquel papel. Las otras maestras, en especial aquellas que ya llevaban tiempo en la escuela o eran más grandes que la joven trató de no hacer valer la opinión de Luther, pero la monja no dejaba de verlo.

— ¿Crees firmemente eso, o solo estas conmovido por el pequeño "show" que la profesora Blair montó el lunes? — Sus palabras fueron filosas, bastante directas y que iban hacia la rubia, quien dejó de sonreír y sólo apartó la mirada.

— Soy firme en lo que digo, Aponia realmente tiene las capacidades y aptitudes, no soy el único que lo piensa, los alumnos están conmovidos por ella, tienen motivación en la participación de la maestra, sería una buena motivación para que los alumnos estén presentes —

          La defensa de Luther no le dio mucha alegría a la monja que todavía tuvo que lidiar con que Aponia abriera la boca.

— Yo estoy dispuesta a dar todo mi apoyo y dedicación en este evento, soy perfectamente capaz de hacerlo si los estudiantes a los que les enseño quieren verme, esto les daría un aprendizaje personal muy impactante. No me gustaría pensar que no les preocupan lo que piensan sus alumnos —

          Aponia fue bastante atrevida al responder de esa forma a la directora, no quiso ser grosera, pero tampoco iba a dejar que la hicieran menos por haber hecho "el ridículo" en la misa, ¿se consideraba el ridículo por haber cantado con fé la misma canción que el coro? A Aponia se le hacía una tontería eso más que lo que ella había hecho. Obviamente no pasó por alto para Luther, quién en lugar de enojarse como lo hacía con cualquiera, no dijo nada, sonrió porque le pareció tierno que Aponia quisiera defenderse; a quién no le pareció tierno fue a la directora, pero no pudo ponerse a hacer un desplante, por lo que se quedó callada unos minutos.

— Si la profesora Blair tomará el rol de María, usted, profesor Luther, va a ser el encargado de enseñarle a su compañera como debe de hacer el papel de la virgen, de igual forma usted se va a quedar a cargo de la organización, ¿quedó claro? —

          Pareció un castigo más que una forma en la que ambos pudieran arreglar las cosas de aquel evento. Pero, ¿qué más podía pasar?

𝐌𝐲 𝐋𝐮𝐜𝐢𝐝 𝐕𝐢𝐫𝐠𝐢𝐧 | 𝘓𝘶𝘵𝘩𝘦𝘳'𝘴 𝘧𝘢𝘯𝘧𝘪𝘤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora