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Ya habían pasado varias horas desde que ambos habían hablado, las suficientes como para haberlo olvidado, pero ahí seguía, teniendo la cabeza en las nubes.

          No había dejado su deber como profesor de religión, desde la mañana no dejó ni un minuto de enseñar sobre la Fé y la misión de Dios, algo en lo que firmemente creía, era probablemente uno de los grandes amores de su vida, junto con sus mascotas y la jardinería. Sin embargo, mientras daba su explicación a sus alumnos, una memoria le llegó de golpe a la mente:

          Se encontraba en los pasillos de aquella escuela, cuidando qué todos los alumnos estuvieran en el patio durante el receso y que nadie estuviera en los salones haciendo algo sospechoso, cuando la presencia de alguien lo alertó, girando su cuerpo. Era Aponia, quién pasaba por ahí, haciendo el mismo trabajo qué Luther; ella lo saludó con una sonrisa, dándole una pequeña reverencia con la cabeza como si de mostrarle respeto se tratara.

          Obviamente qué el castaño jamás contestó el saludo, fue tan repentino qué su cabeza se quedó en blanco durante muchos segundos, evitando qué dijera algo coherente.

          La clase continuaba, pero Luther se había quedado estancado recordando aquel momento con la profesora, y aquello logró que el pensamiento ocultó sobre desearla se colocara en primer plano en su mente. Quería sentirla cerca, abrazarla, besar sus labios rosados, poseerla y hacerla suya; le encantaba lo buena chica que era, obediente, con esa sonrisa tonta con la que lo saludaba, sus labios se miraban deliciosos, ¿y qué decir de sus ojos? Unos zafiros únicos.

          A veces creía que Aponia era una ilusión de su mente, algún producto de su imaginación qué llegaba a ser lo suficientemente vivido para poder ser real, pero rápidamente descartaba esas ideas, no podía estar mal de la cabeza, estaba perfecto, no podía haber nada malo en él.

— Profesor Luther, ¿Se encuentra bien? Se quedó callado de repente — una vocecita lo sacó de su trance.

          Se distrajo tanto que olvidó que estaba en periodo de clases, sacudió su cabeza en un intento de regresar minutos antes, recuperando su compostura.

— Me distraje un momento, una disculpa a toda la clase, continúen — Explicó con su voz suave, su inocencia fue creída por sus alumnos, quienes siguieron trabajando. — Santo cielo —

          Después de todo, siguió con su clase, intentando eliminar los pensamientos qué pudieran regresar, rezando por qué no lo hicieran.

          Error, sí regresaron. Durante todo el día Luther hizo lo posible para no pensar en Aponia, en lo que había sucedido o todo lo que sentía hacia ella, pero no paraba, era como si su mente se estuviera volviendo loca o le hubieran lanzado brujería. Incluso si nadie la mencionaba o sin qué ella se apareciera, era el pensamiento constante de Luther: Aponia, Aponia. Aponia.

[★]


          Ya era de noche, se encontraba en su casa desde hacía horas, y todavía los pensamientos seguían acechándolo con fuerza; no podía olvidar sobre la bonita Aponia, que en su mente ella era tan tentadora con sus expresiones, representaba todo lo que para la iglesia y sus militantes estaba prohibido. Le lastimaba el hecho que él estuviera tan apegado a la rubia.

          Pensaba sobre su rostro y lo dulce qué era, también pensaba en cómo se vería sin su maquillaje habitual y sin su uniforme, incluso pensaba en hacerla una ama de casa como aquellas esposas religiosas qué hacían todo para sus esposos. Eso hizo sentir mucha más lujuria a Luther.

          Muchos envidiarían a Aponia por lo hermosa que era, tal como un ángel, aunque si no era así, la verían como un demonio lujurioso, un súcubo, una mujer que despegaría todas las miradas de los hombres para que sus más profundos deseos crecieran, volviéndolos unos salvajes.

          Pero, no podía estar con ella, un hombre y maestro tan respetado como lo era Luther no debía estar tan cerca de una profesora sustituta como Aponia, quién estaba ahí por recomendaciones y prácticas que por sus creencias. Luther se decía a si mismo que no pensara en la chica de esa manera, ignorando el hecho de que, para él, la chica era muy atractiva, Aponia seguía siendo un fruto prohibido; un amor imposible, pues ella no estaba comprometida religiosamente como él lo estaba y su estilo de vida era algo totalmente inaceptable para el hombre.

          Los deseos nocturnos ponían su mente en problemas, se convertía en un caos la necesidad extrema de conocerla y tenerla cerca, todo eso penetraba la religiosidad de Luther. Aponia era muy inocente y muy atractiva para ser una chica normal, ninguna mujer en su vida había despertado tanto deseo en él antes, haciendo que se preguntara si era su culpa o no.

          Quizás el si era inocente en esos pensamientos, quizás Luther era un hombre puro y de renombre, y Aponia sólo buscaba provocarlo de esas maneras tan sucias para que rompiera su pacto religioso. Quizás Aponia era un demonio enviado por Satanás para probar la Fé de Luther.

          ¿Cuántas horas necesitaba quedarse despierto para que su cabeza tuviera suficiente? No dejaba de dar vueltas en la cama, había volteado la almohada, se acostó del revés, prendió la radio, rezó, limpió, etc. Todo, TODO, y nada fue suficiente para él, sólo pensó en aquella chica, la tentación era muy fuerte para poder controlarla, el deseo lo mantenía despierto. Imaginar la presencia de Aponia ya era una realidad para Luther: Imaginarla acostada en su gran cama, desnuda, abrazando su pecho después de haber hecho el amor, idolatrándolo y diciéndole la gran persona que era; lo que hacía que el corazón de Luther se calentara. Pero no terminaron ahí sus fantasías, se imaginaba haciéndole el amor cada noche, una y otra vez estando debajo de él, imaginándola como su futura esposa, embarazada con cada uno de sus hijos, Aponia siendo una devota esposa fiel a él mientras se ocupa de ser el hombre de la casa que provee a su familia y la cuidaba.

          Quien sabe cuánto tiempo se la pasó fantaseando aquellas imagenes tan fuertes y pervertidas, todo eso llenaba su mente constantemente, alimentando el deseo que había sido despertado hacía un año. Cuando intentaba detener los pensamientos, sólo regresaban más fuerte, eran como un monstruo que se alimentaba dentro de él, tomando ventaja de su debilidad que él poseía. Estaba atrapado, era como cuando te llega la imagen de algo que no quieres saber, pero entre más no negabas, esa imagen se hacía más fuerte hasta qué punto que en lugar de molestarte, te daba curiosidad saber más de eso.

          Luther se encontraba atrapado, no podía salir de aquel estado, añadía detalles a todas sus fantasías, emocionándose cada vez más, revolcándose en su cama, restregando su cuerpo buscando sensaciones lo más cercanas a lo real. Sin duda su mente le hizo creer cada vez más la excusa de que Aponia no era humana, que era un súcubo, la más pervertida de todas.

          Al menos ese pensamiento tonto duró todo el día siguiente.

𝐌𝐲 𝐋𝐮𝐜𝐢𝐝 𝐕𝐢𝐫𝐠𝐢𝐧 | 𝘓𝘶𝘵𝘩𝘦𝘳'𝘴 𝘧𝘢𝘯𝘧𝘪𝘤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora