Décima Ronda: Parte 2

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Todo lo que el rostro de Artemisa podía mostrar desde donde estaba era pura furia e indignación, ese romano había decidido no hacer absolutamente nada, obligándola a ella a entrar de nuevo en la boca del lobo, error que no volvería a cometer, pero su ira por haberla expuesto ante todos era mucho mayor que su sentido común, ella estaba harta de ese comportamiento rastrero de todos los hombres a los que se encuentra.

Mientras tanto, Julio César esperaba pacientemente a que su rival se mostrara ante él, donde todos los sitios altos donde podría tomarlo por sorpresa estaban cortados.

Pero el emperador romano fue tomado por sorpresa cuando observó una flecha yendo hacia él, Julio César se agachó y la flecha impactó en el tronco de donde estaba apoyado.

"¡Increíble! ¡Artemisa ha lanzado su flecha desde la otra punta de la arena!"

Los dioses sonrieron, nunca había que subestimar el poder que tiene aquella diosa con su arco y flechas en mano, sobre todo en una zona boscosa.

"¿Me lanzó una flecha desde el otro extremo de la arena sin chocarse con nada?" Julio César se preguntó a sí mismo, quizá ese plan habría funcionado contra cualquier arquero ordinario, pero había provocado a la diosa de la caza en su territorio.

En cuando el emperador romano miró al frente observó como un aluvión de flechas iban hacia él, haciendo que Julio César no tenga más alternativa de que comenzar a esquivar todas las flechas posibles e incluso usar su espada bumerán para cortar la trayectoria de los proyectiles e incluso partirlas en dos en algunas ocasiones, pero desgraciadamente para el romano, era demasiados objetos arrojadizos y finalmente dos flechas acabaron clavadas en su hombro derecho y pierna izquierda.

"¡Aunque Julio César ha evitado las flechas con gran habilidad al final dos de ellas han llegado a impactar en su objetivo!"

Julio César maldijo en voz baja mientras observaba las flechas, lo mejor sería no quitarlas de su cuerpo o podría desangrarse con relativa facilidad, pero esto ya lo condiciona a no quedarse esperando y esquivando en un sólo sitio.

En las gradas de la humanidad, una mujer con grandes ropas y accesorios dorados miraba la arena con una mezcla de emociones, y junto a él estaban varias figuras masculinas.

"Parece que Julio César sigue siendo el mismo bocazas de siempre, grandes planes pero grandes fracasos" Dijo un hombre robusto conocido en el mundo romano por ser el mismísimo Marco Antonio, pero un joven le rebatió sus palabras.

"Esa diosa ha lanzado al menos treinta flechas hacia mi padre, ¿Cómo las habrías esquivado tú?" Dijo mientras miraba amenazante al hombre, ese joven se trataba de Césarion, hijo de Julio César.

"¡Tú no eres nadie para hablar!" Le contestaron dos jóvenes, Cleopatra Selene II y Alexander Helios, hijos de Marco Antonio los cuales defendían a su progenitor mientras miraban con desprecio a su hermanastro.

"¡Silencio todos!" Gritó la única mujer del peculiar grupo, la faraona egipcia, madre de los tres jóvenes presentes y al mismo tiempo, esposa de Marco Antonio y Julio César, Cleopatra.

En cuanto la mujer habló, todos los hijos callaron, pero Marco Antonio no se mantuvo así. "Cleopatra, ¿Realmente confías en que Julio César va a ganar?" Preguntó el emperador con duda genuina, pero la faraona asintió con la cabeza en respuesta, sin querer apartar ni un segundo la mirada de las pantallas que mostraban lo que ocurría en aquel bosque.

Aunque era cierto que Cleopatra nunca se enamoró ni de Julio César ni de Marco Antonio y sólo quiso mantener a su pueblo a salvo, al final se acabó encariñando con ambos y con sus hijos, aunque el hecho de tener más de un esposo complicaba mucho las cosas ahora que todos estaban muertos y podían discutir entre ellos.

"Otra vez" El Segundo RagnarokDonde viven las historias. Descúbrelo ahora