2 | Cualquier lugar en el mundo

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23 de diciembre

—¿¡Qué hiciste!? —chillo tan fuerte que incluso Sunshine se asusta y sale corriendo.

Ha estado dando vueltas por aquí desde que llegamos, pero ahora huye lejos de nosotros. Y me arrepiento un poco por el tono de mi voz.

Mientras tanto, Marco mira incrédulo la mitad de la llave en su mano y luego inspecciona la cerradura como si mágicamente fuera a arreglarse sola, y yo realmente podría estar teniendo un ataque por tan solo pensar en la idea de estar encerrada en el mismo lugar que él.

—Mierda —dice por fin y me mira—. Hay que llamar a un cerrajero.

Asiento rápidamente, por primera vez de acuerdo con algo que ha dicho, y busco mi teléfono en el bolsillo trasero de mis pantalones, pero al parecer él es más rápido y logra comunicarse con uno, mientras que yo solo me quedo de pie mirando su espalda mientras él camina de aquí para allá con la mitad de la llave rota todavía en una mano y el teléfono contra su oreja, en otra.

Más pronto de lo esperado cuelga y me mira.

—Están de vacaciones por navidad —dice y se me cae el alma a los pies.

—¿Acaso toda la maldita ciudad está de vacaciones por navidad? —inquiero agitando las manos en el aire, la pregunta dirigida a nadie en particular, pero estoy frustrada y con miedo a realmente quedarnos encerrados aquí.

—Intentaré llamar a alguien más.

Como no confío en sus fuentes, yo también me encargo de hacer llamadas para encontrar a un maldito cerrajero que no haya decidido salir de vacaciones todavía.

Nos pasamos la siguiente media hora con los celulares pegados a los oídos, llamando a todos los cerrajeros de la ciudad y ninguno, malditamente ninguno, está disponible; algunos ni siquiera responden y yo solo caigo en la desesperación absoluta al darme cuenta de que, no solo deberé quedarme aquí encerrada con mi tormento, sino que deberé enfrentar la parte en que le digo a Theo que no podré ir a casa de papá este año.

Cierro los ojos con fuerza al finalizar la última llamada.

Empiezo a hiperventilar y miro la puerta, como si ésta fuera a abrirse por mi puro control mental.

—¿Estás por tener un ataque de pánico? —pregunta Marco— ¿O tienes claustrofobia?

—No —digo, nunca en mi vida he sufrido de nada de lo que ha nombrado y no comenzaré ahora. Trato de calmarme, porque si me descontrolo entonces todo será diez veces peor—. Tiene que haber una solución —digo yendo hacia la puerta y me agacho frente al hueco de la cerradura—. No puedo quedarme aquí encerrada, mucho menos contigo.

—Oye —se queja y no le doy ni una mirada.

Realmente estar encerrada aquí con él es una pesadilla jamás pensada haciéndose realidad.

—¿Has llamado a todos los cerrajeros? —inquiero volviendo a enderezarme.

—Todos.

Maldigo en voz baja porque he hecho lo mismo con todos los números que han aparecido luego de una rápida búsqueda en internet.

Al parecer todos en esta maldita ciudad desaparecen por completo por navidad, incluso cuando todavía no es navidad.

Sin decir una palabra, le doy la espalda y me dirijo hacia la habitación de Emilia, me apuro a cerrar la puerta contra mi espalda.

—¿Qué estás haciendo? —escucho su voz todavía desde la entrada, pero no me tomo el tiempo de responder.

Tomo algunas respiraciones y las suelto despacio, hasta que siento los latidos de mi corazón ralentizarse y la calma fluye en mis venas.

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora