0 | El precio de un favor

5.5K 423 62
                                    

23 de diciembre – Marco

—¿Qué quieres? —digo tomando la llamada de mi amiga Emilia, respondiendo con nuestro saludo habitual.

Es bastante raro que me llame ahora, seguramente está en la cumbre de la felicidad por la víspera navideña que tanto ama, y tengo entendido que tampoco está en la ciudad, por lo que su llamada es, en algún punto, extraña.

—Necesito un favor —escucho su voz algo entrecortada al otro lado del teléfono, su línea es un asco y tiene demasiada interferencia.

Suspiro, sabiendo que si viene de ella podría pedirme realmente cualquier cosa. Sobre todo ahora, que piensa que me tiene en la palma de su mano desde la vez que le pedí que fingiera ser la novia de mi amigo. Ella dirá que la coaccioné y obligué a hacerlo, pero en realidad no es mi culpa que tenga una debilidad tan grande por las galletas de jengibre. Además, la cosa de fingir les duró lo mismo que un pestañeo, debería más bien agradecerme que gracias a mí tiene un novio.

—¿Estás muy ocupado ahora mismo? —vuelve a hablar ante mi falta de respuesta.

Miro a mis pies posados sobre la mesa ratona delante del sofá, la televisión encendida mostrando en pantalla un capítulo de tantos que ya he visto el día de hoy de Los Simpsons, aunque en realidad no he estado prestando mucha atención a la programación, solo quería algo para distraerme.

Si vamos al caso, no, no estoy ocupado. Pero probablemente debería responder que sí, la maleta a medio armar al otro lado del pequeño apartamento -que más bien se parece a una caja de zapatos- es como si tuviera vida propia y estuviera diciéndome que no llegaré a empacar todo antes de tener que partir a casa de mis padres para pasar las fiestas navideñas.

Viven en una casa en las afueras de la ciudad, no es muy lejos, solo una hora de viaje, por lo que tampoco importa tanto si olvido algo. Pero estaré allí unos tres días aproximadamente, sería prudente no tener que ir y volver todo el tiempo en busca de ropa. Ni hablar de que las carreteras suelen volverse un asco con la nieve.

La realidad es que no tuve fuerza de voluntad más que para guardar un par de calzoncillos antes de rendirme y sentarme frente a la televisión.

Últimamente me ha faltado fuerza de voluntad para hacer muchas cosas.

—No —respondo en su lugar, a la mierda, armaré la maleta más tarde.

—¡Genial! —chilla y debo alejar el teléfono de mi oído; un día de estos me dejará sordo— Entonces no me sentiré culpable por pedirte esto —es mentira, ella me hubiera pedido lo que sea que quiera así le hubiera dicho que estoy ocupado, jugando la carta de que le debo un favor.

—¿Qué quieres de mí? —inquiero, no dándole mucha importancia, sé que viniendo de ella no puede ser tan malo. Finge ser cruel, pero nunca le sale, es como un terrón de azúcar, y resulta tan adorable que logra que todos hagan lo que ella quiere; la muestra clara de eso es su novio— Por cierto, ¿Dónde estás? Tu línea se escucha horrible —pregunto luego de que una especie de lluvia se escuche desde su lado.

—En la cabaña de los padres de Jamie, puede que se escuche mal porque unos días antes de que llegáramos una tormenta tumbó una antena —responde y la conexión se vuelve a perder por un segundo—. Lo que necesito es algo simple, el coche de mi amiga se averió en una carretera cerca del centro de la ciudad. No hay nadie que pueda auxiliarla y no hay grúas disponibles —explica—. Es Callie, estaba yendo a mi apartamento a dar de comer a Sunshine y Chester, antes de partir a casa de su familia para pasar navidad. Aunque supongo que ahora su viaje se retrasará...

Ella continúa hablando sin parar y es algo a lo que me he acostumbrado para este punto. Trabajar siete días a la semana con ella conlleva a habituarte a ciertas cosas, supongo que tener la capacidad de poder seguir las conversaciones de Emilia, que pueden abarcar diez temas diferentes en menos de un minuto, es una habilidad.

Si bien no compartimos el mismo sitio en el laboratorio, siempre encontramos el camino hacia el otro, ya sea durante el almuerzo o en algunos tiempos muertos -algo que ella casi nunca tiene, ya que es una científica lo bastante famosa como para que su nombre haya salido en algunos artículos a nivel mundial luego de crear una vacuna para un virus mutante, y la mayor parte del tiempo está rodeada de microscopios y agujas para pinchar a cualquiera que se atraviese delante de ella-.

—Está bien —digo cuando se queda en silencio y espera una respuesta para el favor que ha pedido—, pásame la ubicación exacta y estaré allí.

A pesar de la interferencia, puedo escuchar claramente cómo expulsa el aire de sus pulmones. Tal vez creyó que me negaría y estoy ofendido, sabe que soy la persona más amable que conoce.

—Gracias, en serio —dice innecesariamente—. Te la ubicación apenas cuelgue la llamada.

Doy un par de vueltas por el apartamento, que ya he dicho que parece una caja de zapatos, aunque la definición exacta podría ser lata de sardinas, buscando las llaves de mi coche.

Quizás mudarme temporalmente aquí haya sido una idea terrible, pero nunca tuve la voluntad de buscar un mejor lugar. Y cuando digo mejor, me refiero a más grande.

Mi amigo Jamie incluso se negó a ingresar al lugar cuando lo invité aquí para tener una fiesta de mejores amigos. Pero creo que lo que lo hizo retroceder más bien fue el desorden, él es un maniático con esas cosas, pero vi su cara cuando descubrió que estoy viviendo en una caja de zapatos. Creo que incluso se preocupó por mí, algo extraño en él, tanto que se ofreció a dejarme vivir en su viejo apartamento, del cual se ha mudado hace unos meses, pero me negué. Sería como pasar de vivir en una caja a una mansión, no quiero extremos. El lugar de Jamie era demasiado enorme para mí solo. Ya encontraré un sitio adecuado.

Mis expectativas en cuanto a una nueva vivienda tampoco son tan altas, solo espero que, cuando vaya a acostarme a dormir, mis almohadas no conserven el olor a comida. La idea de vivir en un monoambiente es terrible. La cocina, la sala y mi habitación son la misma cosa y todo está contaminado por el olor a comida y eso se vuelve aún peor cuando resulta que te gusta cocinar y no te conformas solo con cenar sándwiches. No puedo siquiera hacer una fritura normal o salsas sin que todo se impregne de olor.

—Y otra cosa —agrega Emilia distrayéndome de mis pensamientos por un segundo—, puede que no seas su persona favorita en todo el mundo, pero solo ignórala.

Encuentro las llaves debajo de un par de calcetines en el piso, en algún lugar entre el pequeño espacio que separa mi cama del sillón.

—¿De qué hablas? —inquiero inclinándome para recogerlas, ya me he perdido un poco en la conversación— ¿No soy la persona favorita de quién?

Absurdo, yo le caigo bien a todo el mundo.

—De Callie —responde.

—¿Y eso por qué? —inquiero con las cejas enarcadas a pesar de que no puede verme— ¿Acaso la conozco?

—Eres un idiota, la conociste en mi cumpleaños —dice y me quedo pensando.

No, definitivamente no la recuerdo. Ni siquiera puedo crear una imagen mental que al menos se asemeje a la persona a la que deberé ayudar.

Sé que esa noche bebí un poco de más y dije algunas cosas que no debería haber dicho, como revelar secretos, pero creo que soy capaz de recordar a una de las amigas de Emilia, solo que esta vez parece no ser el caso.

—¿Entonces? —inquiero interesándome más por el tema de que una persona a la que ni siquiera conozco, no le agrado—, ¿Por qué dices que no soy su persona favorita?

—Nada, supongo que ya lo descubrirás.

🦋

 Para más novedades podes seguirme acá:
Twitter: luciavamali | Instagram: luciavamali

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora