2 de febrero
Pocas veces en mi vida me sentí tan idiota como me sentí cuando mi jefe tuvo que recordarme tres veces las fabricas que debo certificar que estén tratando sus desechos contaminantes de forma segura.
Sé por qué he estado tan distraída el día de hoy, algo que traté de ignorar, sin conseguirlo, por supuesto. Me gustaría que el mensaje que envió Emilia anoche, no hubiera distraído tanto mi mente, de forma que ahora podría concentrarme totalmente en mi trabajo. Pero no, claro que la idea de que el hombre al que besé por alrededor de treinta segundos y luego atosigué con planteos para que él solo respondiera que se iba de viaje con su ex, regrese a la ciudad diez días después es, de todas las cosas que podría hacerme sentir, vergonzoso.
Camino por el camino de piedra que me conduce a la entrada principal de la fábrica petrolera encargada del refinamiento. Suspiro. Odio a estos idiotas.
Vengo por el balance mensual de contaminación y para certificar la fábrica. Es la última del día, pero definitivamente la más pesada de todas. Este tipo de plantas industriales son de las más contaminantes que existen, ya que procesar el petróleo emite gases como el monóxido de carbono, el dióxido de azufre, los óxidos de nitrógeno y los compuestos orgánicos volátiles que son una pesadilla para mí y mi empresa de cuidados y recursos medioambientales. Sobre todo porque los grandes líderes de la industria del petróleo, se rehúsan tanto a este tipo de certificaciones que pueden hacernos la vida imposible.
Pero yo también soy su pesadilla.
Esta empresa en particular se encarga de refinar y distribuir combustible, por lo que ojalá en algún momento de este mundo tan castigado, todos nuestros coches puedan ser eléctricos. Ese será el día de mi triunfo y por supuesto que me reiré en la cara del estúpido hombre que me espera en la puerta para recibirme, el maldito jefe de planta.
Dos horas más tarde me retiro del lugar completamente agotada, pero a pesar de sus diatribas, conseguí revisar cada centímetro cuadrado de la fábrica.
Al volver a casa, ya son las siete de la tarde. Por lo general mis jornadas laborales no son tan largas, pero pedí horas extras para recuperar los días perdidos de cuando mi padre se enfermó. Mi jefe estaba demasiado satisfecho al respecto -algo de lo que temer, si el jefe está feliz eso nunca beneficia a los empleados-, así que me asignó el caso de la petrolera porque nadie quería tenerlo.
Tomo una ducha rápida y me alisto para ir a casa de Ivy para tener una noche de amigas junto con Emilia.
Haremos lo habitual: comer, chismear y beber. Mis tres cosas favoritas con mis personas favoritas, mucho mejor si es luego de un día de trabajo especialmente extenso.
No llevo nada por pedido explícito de Ivy, ya que nos aseguró que estaría cocinando ella. No desconfío de sus habilidades ya que, de las tres, es la única que sabe qué está haciendo cuando entra en una cocina para elaborar platillos. Yo me defiendo a la hora de cocinar algunas cosas vegetarianas, pero no soy la reina de la cocina ni de cerca.
Al llegar allí un aroma delicioso invade mi nariz en cuanto abre la puerta.
—¿Qué huele tan bien? —es lo primero que pregunto.
—Estoy haciendo una crema de tomate caliente con verduras asadas —explica—. También hice para Emilia y yo carne, pero eso es aparte.
Mimi ya está allí, bebiendo una copa de vino al lado de la cocina en la que hierve la sopa de tomate.
Nos quedamos las tres allí, Ivy cocinando, mientras que Emilia y yo solo observamos todo y luego acomodamos la mesa una vez que la comida está lista.
Todo está tan delicioso que ni siquiera me detengo a pensar en si realmente lo merezco o no, cuando sirvo una segunda ración. Ni siquiera pienso en las sesión extra de gimnasio a la que iré próximamente, sino que lo disfruto.
ESTÁS LEYENDO
Dulce Amor Navideño
RomanceElla lo detesta; a él le encanta molestarla a costa de eso. Ella lo conoce desde hace años; él no la recuerda. Ella ama las mariposas; él la llama Butterfly. Callie atravesó tres tragedias en su vida. La primera a los siete años, cuando perdió a su...