13 | Confianza ciega

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21 de enero

Me siento drogada.

Incluso tengo que bajar un poco la ventanilla del coche para espabilar mi mente, a pesar de que estamos en medio de la carretera en invierno, el aire helado chocando contra mi rostro no me molesta.

Marco no dijo nada después del beso, solo sonrío y como no soporté verlo, lo empujé y entré a la casa para tomar mi maleta antes de salir y esperarlo junto al coche.

Hemos estado en silencio durante la hora que llevamos de viaje y no tengo intención de romperlo. Sobre todo porque, de todas las sensaciones que podría estar sintiendo en este momento, la que le gana a todas con creces, es la vergüenza. No vergüenza por haberlo besado, Marco solo se sumará a la lista de idiotas con los que lo me he hecho, sino que me avergüenza haber dicho demasiado antes de que ocurriera.

Nunca fui tan valiente para confesar mis secretos a nadie. Y quizás me he acostumbrado tanto a ser la mala en una historia narrada por otros que, un poco, me terminó gustando serlo. Escuchar de sus propios labios que me cree fuerte o valiente, me cohíbe más que cualquier otra cosa.

Le he confesado cosas que ni siquiera mis amigas saben y ahora a la vergüenza se le suma el temor de que pueda contar algo de lo sucedido en los últimos días y todos mis secretos puedan salir volando por la ventana de un segundo a otro.

Resulta que ahora también siento temor por perder a mis amigas. Que ellas piensen que no confío lo suficiente en ellas para contarles esa parte de mi vida y se terminen alejando de mí.

Ivy y Emilia son de las personas más importantes en mi vida. Si llegara a perderlas, sería como sentirme sin rumbo. Mis días dependen de nuestras conversaciones y las cosas tontas a las que estamos acostumbradas. Mi vida se nutre de su amistad, porque sin ellas nunca hubiera podido ser lo que soy hoy.

La ciudad me volvió dura, pero Ivy y Emilia lograron, inconscientemente, que no cayera en la locura aquél primer año allí. Sin ellas tal vez no lo hubiera podido lograr, a pesar de que nunca les conté nada de lo que ocurrió en la universidad, su presencia hizo de toda esa pesadilla, algo más soportable.

—No le cuentes a Emilia, por favor —rompo el silencio por fin, ya demasiado aterrada de que no pueda mantener el pico cerrado.

—¿Que nos hemos besado? —inquiere sin despegar la vista del camino— Oh, pero yo quería ver su reacción cuando lo escucharas. No puedes privarme de eso.

Maldigo entre dientes que realmente se esté regocijado de esta situación.

—No le cuentes nada, ni lo del beso, ni nada de lo que te he contado.

—Solo estoy bromeando, no iba a decirle nada.

No sé si creerle. No debería, o tal vez sí. Siendo completamente sincera, Marco no ha hecho nada más que malditamente servicial desde el momento en que mi coche se quedó varado en la nieve en la víspera de navidad.

Por supuesto que lo que ocurrió, no fueron hechos agradables para mí porque todo estuvo empañado por los recuerdos del pasado. Aunque ahora sé que él nada tuvo que ver con eso. Entonces, ante esta nueva perspectiva, me encuentro tan confundida respecto a la imagen que debo tener de él.

A pesar de todo, me cuesta confiar. Me cuesta hacerlo con todo el mundo, pero con él, la sensación extraña se incrementa. Sigue siendo un extraño del que tenía una imagen un poco distorsionada, que él mismo se ha encargado de aclarar, pero sigue siendo eso, un extraño.

Un maldito extraño al que besé y que ahora sabe más de mi vida que mis propias mejores amigas.

Trato de ignorarlo lo mejor que puedo durante las siguientes horas de viaje.

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora