3 | Amargas navidades

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24 de diciembre

La noche anterior fue un caos anunciado.

Todo comenzó cuando volví a la sala y me encontré a Marco intentando cocinar algo para la cena. Estaba haciendo unos espaguetis con salsa, pero los condimentó tanto con picante, que apenas pude tomar dos bocados antes de resignarme y tomar una manzana.

Se excusó diciendo que le gusta cocinar y así es como él lo hace, pero podría tan solo haber preguntado, no solo tomar decisiones por mí. Yo puedo preparar mi propia comida, si vamos al caso.

Cuando la hora de dormir llegó, fue otro dilema.

Por supuesto que Marco quiso adueñarse de la habitación y dormir en la única cama disponible, incluso insinuó que podríamos compartirla, cosa a la que me negué. No cedí, hasta que finalmente se resignó a dormir en el sillón, conformándose con robarme una almohada.

La mañana de nochebuena me despierto algo aturdida, sin comprender del todo dónde me encuentro, hasta que los recuerdos del día anterior vuelven a mi cerebro como una catarata y eso hace que el mal humor impregne cada célula de mi cuerpo.

Me levanto de la cama y estiro la camiseta de gran tamaño que he utilizado para dormir; la encontré anoche cuando me di cuenta de que el buzo sería demasiado caluroso y, para mi buena fortuna, encontré una camiseta enorme que Emilia también usa como pijama. La he visto usarla un millón de veces.

Vuelvo a envolver mis piernas en los leggins que utilicé anoche y salgo de la habitación en dirección al baño, en donde una invasión de piel demasiado expuesta y músculos ocupa todo el sitio y hace que deba retroceder dos pasos.

Eso logra despertarme por completo.

Marco frente al lavabo se encuentra cepillándose los dientes vistiendo nada más que unos pantalones flojos que cuelgan demasiado bajos en sus caderas.

—¿Puedes cerrar la puerta la próxima vez? —me quejo.

—Solo estoy cepillándome los dientes —responde en una voz apenas entendible, con el cepillo dentro de la boca y el dentífrico invadiendo los alrededores de su rostro.

Desagradable.

Suspiro y dando media vuelta, vuelvo a la habitación, hasta que finalmente escucho que termina y puedo volver al baño.

Me encargo de echarme agua helada en la cara para aplacar mi mal humor, cepillo mis dientes y rehago el moño que sostiene mi cabello encima de mi cabeza. Me miro frente al espejo antes de volver a salir a la realidad que me espera fuera del cuarto de baño y abro la puerta.

Cuando entro en la cocina lo encuentro revolviendo una taza que estoy segura de que contiene café a juzgar por el aroma, antes de que se gire hacia mí.

—¿Siempre tienes esa cara de ojete al despertar? —pregunta ocupando un lugar en la barra que separa la cocina del living.

—¿Qué es ojete? —pregunto frenando mis pasos.

Si está insultándome en un idioma que solo él conoce puedo llegar a tirarlo por el balcón.

—Una expresión de otro país, no creo que te guste mucho saber el significado. Entonces, ¿Siempre tienes esa cara?

Lo miro con ojos entrecerrados y se lo dejo pasar, porque la verdad lanzarlo por el balcón me traería demasiados problemas.

—¿Qué cara? —pregunto en su lugar.

—De pocos amigos.

—Solo cuando lo primero que veo al despertar es gente indeseable —entonces vuelvo a mi tarea de intentar ignorarlo y me preparo mi propio desayuno.

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora