9 | Las redes del engaño

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19 de enero

Mi semana transcurre, de cierto modo, más tranquila de lo que puedo esperar, como si el universo por fin estuviera conspirando a mi favor, ordenando cada cosa para que nada pueda frustrarme.

Mi jefe me ha asignado un nuevo proyecto de reciclaje para el que me he postulado hace meses, pero no solo eso, si no que soy la coordinadora, por lo que viene con un aumento considerable en el sueldo. Teniendo en cuenta que mis cuentas están en niveles rojos, es algo que no viene para nada mal.

Por otro lado, no me he cruzado en toda la semana con mi desagradable nuevo vecino y, para coronar, ayer fue el cumpleaños de Jamie y esta mañana Emila nos ha contado a Ivy y a mi todo lo ocurrido, con menos detalles de los que me gustaría, pero algo es algo.

Para cuando el viernes por la noche llega, mi buen humor está por explotar desde mi interior, algo que se siente un poco extraño; no estoy acostumbrada a esta clase de emociones. La gente siempre me dice -sobre todo mis hermanos- que soy demasiado amargada y que debería tratar de cambiar eso, cosa con la que no puedo estar de acuerdo. No soy una persona que derrocha alegría a cada paso que da, pero eso no me hace amargada. Las personas que no me conocen dirán que soy antipática, pero justamente porque no me conocen, y yo tampoco a ellos, no tengo por qué intentar agradarles. Mis hermanos no conviven conmigo más que algunos escasos momentos al año y el aire siempre me resulta tan incómodo que, por supuesto, todo lo que reciben de mí es antipatía y tampoco puedo culparlos por pensar que soy de esa forma todo el tiempo.

La vida ya ha sido demasiado cruel como para andar regalándole mi felicidad a cada persona que se me cruza por delante y que no estoy segura de que pueda valorarla.

Me quito los zapatos y los arrojo a un costado del sofá sintiendo como mis pies agradecen librarse de la prisión en la que los tenía encerrados. Giro mi cuello hacia los costados para aflojar la tensión y escucho como truena.

Si bien ha sido una semana mejor que cualquier otra, me encuentro agotada, pero no es el tipo de cansancio que he experimentado durante los últimos meses, este se siente gratificante.

Cuando me estoy dirigiendo a la cocina para buscar algo de comer, el timbre interrumpe mis pasos y debo desviarme hacia la entrada, siendo consciente de que no espero a nadie y sé que debo dar mi aprobación para que el portero deje ingresar a quien sea. Pienso que será alguno de mis vecinos, ya que no sospecho que hayan dejado entrar a alguien sin antes consultarme; cuando de seguridad se trata, a veces hasta son un dolor de cabeza. Incluso estoy cansada de avisar que Emilia e Ivy no necesitan aprobación para subir a mi apartamento, pero siguen consultando.

En cuanto abro la puerta, me arrepiento por completo. Debí haber comprobado por la mirilla y hacer de cuenta que no había nadie en casa, para ahorrarme el disgusto.

Cuando dije que el universo por fin estaba conspirando a mi favor, me equivoqué, ya que mi semana ha sido arruinada por completo por la persona que acaba de tocar el timbre.

—Tengo suerte de haberte encontrado —dice Marco con una sonrisa.

Frunzo el ceño.

—Y yo definitivamente estoy teniendo mucha mala suerte.

Parece ignorar lo que digo y continúa hablando como si nada. Detesto que, por más que trate de ahuyentarlo de todas las formas posibles, él parezca inmune a mis ataques. Es como si nada de lo que pueda decirle hiciera que se aleje de mí, y esa podría ser una de mis peores pesadillas.

—Necesito que me ayudes con algo —continúa hablando.

Me cruzo de brazos y niego con la cabeza apenas termina de hablar.

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora