16 | La búsqueda del perdón

2.5K 332 89
                                    

3 de febrero

A la mañana siguiente, cuando me despierto con un dolor de cabeza insoportable, me arrepiento completamente de haber bebido la segunda botella de vino.

Con más fuerza de voluntad de la que creía tener, me levanto de la cama y voy directa al baño para cepillarme los dientes, ahuyentando de mi boca el amargo sabor que la invade, y cuando termino mojo mi cara con agua helada tres veces. El dolor de cabeza es más llevadero ahora mismo, por lo que decido cambiar mi pijama por ropa de gimnasio, que consiste en unas mallas, un top deportivo que cubro con una remera de mangas cortas y zapatillas adecuadas.

Necesito empezar el día con motivación, para sacarme de encima la pesadez que siento en el cuerpo. Por el contrario de lo que piensa la gente sedentaria, hacer ejercicio te da la vitalidad necesaria para afrontar el día. En mi caso, hace que me sienta mejor, más productiva conmigo misma, me hace estar en forma y ayuda a sacarme de la cabeza la idea de que puedo subir de peso de forma exagerada.

Ese último punto es la motivación principal, voy al gimnasio para evitar volver a ganar el peso que tenía en el pasado.

Me preparo una taza de café sin azúcar y me la bebo de pie en la cocina mirando por la ventana las nubes grises que bañan el cielo. Afortunadamente no está lloviendo.

Al terminar, lavo la taza que he usado, recojo una sudadera gris de mi armario y me la pongo para enfrentar el frío antes de salir. Camino las dos cuadras que me separan del gimnasio, con los audífonos en mis oídos y la música que acostumbro a escuchar mientras hago ejercicio.

Al llegar, lo primero que hago es dirigirme a la caminadora para comenzar rápidamente con una rutina de calentamiento y cardio. Cuando termino, ocupo la máquina para ejercitar los cuádriceps, ajusto el peso que sé que puedo soportar, y hago cinco series de diez repeticiones.

Los músculos de las piernas me queman cuando termino la última repetición y me tomo un momento para descansar. Bebo agua y hago respiraciones.

Continúo con mi rutina y, una hora más tarde, me encuentro sudada y con el rostro ardiendo del esfuerzo. Dejo la barra con la que estaba haciendo sentadillas con peso en su lugar y me giro estirando mis brazos. Ya me siento mucho mejor, el dolor de cabeza ha desaparecido, y mi cuerpo, a pesar del ejercicio, se encuentra con más vitalidad.

Hacer ejercicio es como mi terapia. Nada existe más allá de completar las series establecidas para ese día, haciendo que mi mente solo se concentre en el objetivo inmediato, dejando de lado cualquier tipo de preocupación.

Si hace algunos años atrás alguien me hubiera dicho que iba a encontrar disfrute y relajación yendo al gimnasio, no lo hubiera creído, sencillamente porque no fui una niña dedicada a los deportes, correr, bailar o lo que sea que hagan las personas que aman el ejercicio. Pero de alguna forma poéticamente trágica, encontré en esta práctica un consuelo que no sabía que necesitaba y que me ayudó a encontrar aquello que buscaba: perder peso y dejar atrás las burlas.

Recojo mi toalla y seco el sudor de mi frente, antes de girarme y beber de mi botella mientras voy de camino al baño de mujeres a mojarme el rostro. Hay duchas que podría utilizar ya que todas las comodidades vienen incluidas en la membresía anual del gimnasio, pero no me siento cómoda estando desnuda en un lugar repleto de desconocidos.

Al terminar de refrescarme, camino lentamente ya que mis piernas se sienten agotadas.

—¡Callie! —llama una voz cerca de la sección de pesas.

Me giro y veo a Gilbert, uno de mis conocidos del gimnasio. No sé si llamarlo amigo, porque en realidad nunca lo he visto fuera de aquí, pero siempre hablamos mientras hacemos ejercicios, junto con otras personas a las que fui siendo cercana desde que comencé en este lugar.

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora