11 | Una extraña conocida

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20 de enero

Despertar a la mañana siguiente se siente como vivir en una pesadilla constante. Aunque a veces la realidad es mucho más catastrófica que los malos sueños.

Me levanto de la cama incluso antes de que mi alarma suene. He dormido peor que mal, pero es algo que siempre sucede cuando regreso aquí, no sé a qué atribuirlo, pero quizás mi inconsciente guarda recuerdos incómodos con los que nunca me sentiré a gusto regresando a su lugar de origen.

Me encargo de dar aviso en el trabajo sobre mi ausencia por tiempo indeterminado y, si algo debo agradecer, es que siempre son comprensivos con las situaciones extraordinarias y particulares que se presentan.

Una vez que me he encargado de lo urgente, tomo una ducha en la que no desperdicio tiempo ni agua. Cuando vives en el campo, aprendes a cuidar esta última, sobre todo cuando vives con dos hermanos poco amigables. Las reservas de agua se agotan rápido y esto era un problema cuando vivíamos todos aquí, por lo que establecimos una cantidad de minutos que cada uno podía estar en la ducha y, si te sobrepasabas de ese tiempo, papá era el encargado de abrir el grifo de la cocina, haciendo que el agua del baño saliera particularmente fría. Supongo que aceptó ese reglamento impuesto por Theo, de quince minutos en la ducha, luego de que siempre peleáramos demasiado por lo mismo.

Cuando salgo de mi habitación ya lista para enfrentar el día y con el cabello todavía mojado, miro la puerta cerrada de la habitación en la que se ha quedado Marco y luego oigo algunos ruidos en la cocina. No creo que sea él, o quizás sí, quién sabe. Por lo que me encamino escaleras abajo para descubrirlo.

No es Marco a quien me encuentro en la cocina preparando café, sino a Theo y, a juzgar porque acaba de encender la cafetera, recién ha llegado. Es lo primero que hace cuando viene aquí. Se da vuelta en cuanto entro en la cocina.

—Buen día —digo, solo por educación y él se queda en silencio mientras busca una taza limpia luego de mirar con disgusto las que todavía se encuentran sucias.

—¿No lavaste las tazas que usaste ayer? —inquiere.

—Estaban allí cuando llegué anoche, no había venido a la cocina hasta ahora.

Él sabe perfectamente que esas dos tazas en el fregadero no son mías, sino de él y mi padre. Siempre antes de ir a trabajar ambos toman una taza de café y ninguno las lava hasta que regresan o incluso no lo hacen hasta el otro día.

—¿Papá sigue igual? —pregunto apoyándome contra la encimera.

—Sí, no se recuperará de un día para otro.

Inspiro aire tratando de contener mi frustración ante sus palabras.

—Lo sé, Theo, me refería a si ha empeorado.

—Sigue igual, conectado a un respirador y con medicamentos entrando en su sistema todo el día.

No me mira al hablar, sino que observa la cafetera mientras funciona. Nos quedamos en silencio luego de sus palabras, yo observándolo y él fingiendo que no estoy aquí.

Niego con la cabeza aunque no puede verme.

—No tienes que ser así conmigo, todos estamos sufriendo ahora mismo —hablo cuando la cafetera termina.

Theo suspira y termina de llenar su taza antes de girarse hacia mí.

—Callie, yo me preocupo por papá; yo estoy sufriendo con él. Sam está preocupado y sufriendo, pero tratando de ocultarlo de Charlie quien no entiende nada porque es un niño de tres años —comienza a hablar mientras veo las facciones de su rostro endurecerse—. Trabajo con papá todos los días de la semana y más que eso, mi vida es este campo y él. Nosotros, Sam y yo, nos preocupamos por él, por cada cosa que necesite, pero tú... no puedes venir aquí a fingir preocupación cuando ni siquiera llamas para preguntar cómo está él; cuando no vienes nunca a visitarlo, ¿o debo recordarte lo ocurrido en navidad?

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora