4 | Preciada libertad

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25 de diciembre

Despertarme la mañana de navidad encerrada en un lugar con la persona que menos me agrada, es algo así como mi peor pesadilla, pero despertarme la mañana de navidad encerrada en un lugar con la persona que menos me agrada aporreando la puerta de la habitación en la que estoy durmiendo, me hace querer cometer un asesinato.

Tomo un respiro, pensando en que no quiero pasar una temporada en la cárcel, una noche detenida hace algunos años atrás me hizo recapacitar un poco sobre mis acciones, por lo que matar a alguien no es algo que haré esta mañana.

Me levanto de la cama quitándome de encima las mantas y camino hacia la puerta dando pisotones.

—¿Qué quieres? —pregunto abriendo.

Él mira desde mi moño deshecho, baja por mis brazos desnudos y sus ojos se detienen en el tatuaje de mariposa en mi brazo, por más de un segundo, antes de continuar, desciende más y más hasta que capta mis piernas desnudas. Entonces recuerdo que solo visto la camiseta de gran tamaño que apenas cubre mis muslos y le cierro la puerta en la cara.

—¿Vas a decirme por qué me despertaste o simplemente vas a quedarte parado allí? —inquiero alzando la voz para que me oiga desde el otro lado.

—Lo siento, solo me distrajo tu belleza matutina—tuerzo el gesto en una mueca de asco y él sigue hablando—. Sí, hay algo importante que debes saber.

—Entonces dilo y vete.

—He estado llamando cerrajeros desde que me desperté y solo uno respondió —dice y ahora estoy realmente interesada—. Dijo que podrá venir por la tarde. Serás libre por fin, Butterfly.

Mi alegría momentánea se apaga en cuanto escucho ese apodo.

Doy un grito de frustración y escucho su maldita risa perderse de nuevo hacia la sala.

Lo odio.

El día en que lo vi por primera vez hace años debió estar maldito como para que su indeseada presencia me persiga hasta ahora.

No le bastó con ser un tormento y quedarse solamente en mi pasado, sino que también tenía que hacerse amigo de mi mejor amiga. Podría ignorar todo eso si ahora mismo no estuviera atorada en el mismo espacio que él.

Entonces me enojo con Emilia por haber mandado a ese idiota para que me ayude, me enojo con él por querer acariciar a los gatos y, por sobre todas las cosas, me enojo conmigo misma. Porque sé que yo soy la única responsable de haberle dado el poder de que sus acciones hayan importado tanto.

🦋

A última hora de la tarde me encuentro ya cambiada con mi propia ropa que lavé en la lavadora, esperando en el sillón a que el bendito cerrajero llegue.

Fueron casi tres días de una amarga incomodidad que me hizo trabajar en muchos momentos mis niveles de paciencia. Si antes de llegar a este punto, me hubieran planteado la idea de permanecer encerrada en un mismo lugar que Marco o alguno de los malditos que forman parte de ese pasado que no quiero recordar, hubiera preferido cualquier otro castigo, excepto ese.

Cuando desde las ventanas puedo ver que los últimos rayos de sol comienzan a esconderse, una pequeña duda nace en mi interior y crece aún más con cada segundo. ¿Y si mintió? ¿Y si en realidad no ha llamado a ningún cerrajero? ¿Y si solo me dijo eso para ver mi reacción, alimentarse de mi ilusión y reírse a mi costa? No es como si esto último no lo hubiera hecho ya, allí radica mi desconfianza.

Pero, cuando amago a ir hacia la cocina, que es donde se encuentra él, para quizás asesinarlo, el timbre suena.

—Es el cerrajero —anuncia Marco yendo hacia la puerta—, había enviado un mensaje de que estaba por llegar.

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora