18 | El anhelo del amor

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11 de febrero

La noche anterior fue extraña en tantos puntos que ni siquiera puedo enumerar la cantidad de cosas que me confunden, pero no me arrepiento.

Reflexioné demasiado y decir muchos de esos pensamientos en voz alta, me hizo dar cuenta de lo mucho que anhelo que alguien me quiera románticamente. Resignarme a no tenerlo nunca, fue una estupidez, porque ahora sé que lo quiero, con todas aquellas cosas negativas que el amor arrastra consigo, las quiero todas. Quiero algo más que tristeza, enojo y soledad. Quiero morir de amor, quiero llorar por amor, quiero ser feliz por amor.

No me interesa si ese amor llega hoy, mañana o dentro de quince años. Lo quiero y esperaré por él.

A las cuatro de la tarde, el timbre del apartamento suena y una extraña sensación me invade el pecho. Sé que es él, dijo que sería puntual para llevarme a donde sea que quiera ir, pero me sorprende de igual manera encontrarlo al otro lado de la puerta cuando abro.

—Viniste —digo, estúpidamente.

En el fondo no quise hacerme ilusiones o esperarlo ansiosamente, porque no quiero desilusionarme. La idea de que cancelara a último momento o ni siquiera apareciera por aquí, no mentiré, me aterró. Pero está aquí, vestido con ropa de calle informal y los rizos tiernamente desordenados como los luce habitualmente.

—Dije que vendría —responde y me observa detenidamente—. ¿Estás lista?

Asiento y tomo mis llaves.

—¿Me dirás a dónde iremos? —pregunto una vez que estamos en el elevador.

—Quiero ver tu reacción cuando lleguemos allí —responde misterioso.

No insisto en sonsacarle más información porque no quiero parecer tan intrigada y ansiosa como en realidad me siento.

Puedo adivinar que será un lugar cercano, porque comenzamos a caminar por las calles en dirección al misterioso destino. Nos adentramos por un camino que no acostumbro a circular, por lo que ni siquiera puedo adivinar a dónde nos dirigimos.

—Casi nunca vengo por aquí —digo luego de cinco calles.

—¿No? —inquiere con las manos en los bolsillos, caminando a mi lado— Me gusta caminar, encontré este lugar hace algún tiempo.

Clavo mis dientes en mi labio inferior, mientras dejo que me guíe por aproximadamente cinco calles más. Hasta que lo entiendo.

—El jardín botánico —digo reconociendo la fachada. Adoro este lugar, los dueños son dos ancianos muy agradables.

—¿Lo conocías? —pregunta mientras atravesamos la fachada que conduce hacia el interior del parque.

—Claro que sí —respondo—. Vine a certificar el lugar hace unos años para su apertura.

Ha cambiado un poco desde entonces. Suelo venir una vez por año para evaluar el estado y cuidado de la flora, es un lugar pacífico, agradable y perfecto para recargar energías. Es mágico y agradable cuando debo venir aquí por el trabajo.

No me di cuenta de que este era nuestro destino porque nunca vengo a pie, sino que conduzco desde la oficina y el camino es completamente distinto.

—¿En serio? —pregunta Marco— No me había dado cuenta de que gran parte de tu trabajo consistía en certificar lugares como este —señala a su alrededor mientras continuamos caminando—. Creo que pude haber autosaboteado mi sorpresa.

—¿De qué hablas? —inquiero.

Seguimos caminando por el camino empedrado el cual se encuentra circundado por árboles, césped y plantas de distintos lugares. Según los carteles ahora mismo estaríamos explorando la flora europea, aunque en realidad ninguno de los dos está prestando atención.

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora