20 | Mil noches más

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19 de febrero

Llevo dando vueltas en la cama desde que me acosté.

Estoy inquieta, lo he estado desde que Marco me dejó en casa. Mi cuerpo parece vibrar de tensión y lo odio. He intentado dejar de pensar en el beso, en lo que sentí y en lo que lo hubiera dejado hacer. No había nadie allí más que unas pocas personas muy alejadas de nosotros, que no podrían habernos visto ni aunque quisieran porque estábamos ocultos tras el árbol. Pero él es el mayor de los idiotas y se negó.

Mientras tanto, ahora estoy aquí, deseando lo que podría haber sido, mientras él está dos pisos más arriba de lo más tranquilo.

Podría simplemente tocarme y sacarlo de mi sistema, pero lo que en realidad quiero es otra cosa. Que él lo haga, como una especie de capricho irrefrenable, porque sé que aunque lo hiciera yo misma, todavía estaría ansiando su toque.

Me remuevo en la cama una vez más y finalmente lo decido. No voy a dormir si sigo así.

Hago a un lado las mantas que me cubren y me coloco en los pies mis pantuflas mullidas antes de tomar mi teléfono de la mesa de luz y comprobar la hora.

Medianoche.

Espero que todavía esté despierto, pienso mientras recojo mis llaves y salgo de mi apartamento en dirección al ascensor. Si vuelve a negarme lo que quiero, nunca más voy a permitirle tocarme siquiera un cabello de mi cabeza. Será mi ultimátum.

No necesito un caballero, no quiero citas que prolonguen más esto. Solo quiero que cumpla con lo que le estoy pidiendo.

El sexo nunca ha sido importante en mi vida, en relación al sentimentalismo, como quizás sí lo es para otras personas.

He tenido sexo antes para evadir la realidad y, en otras oportunidades, simplemente lo hago porque lo deseo. El sexo es solo sexo para mí, no necesita adornos ni contemplaciones. Es placer por placer. No quiero que eso sea diferente esta vez, solo quiero sexo con él y si me arrepiento luego, no será para tanto.

El mal sexo existe, he estado con hombres mediocres y no me he arrepentido porque yo lo quería. Acepté hace mucho tiempo que no todos los hombres son buenos en eso y estoy esperando la mediocridad del acto, por lo que, si lo llegan a hacer mal o no tengo un orgasmo, no me sorprende.

Quiero esto con él. Quizás es contradictorio, teniendo en cuenta que hace unos meses atrás no podía siquiera verlo, pero muchas cosas han cambiado desde entonces y si ahora estoy tocando el timbre de su apartamento buscando sexo, no me hace querer echarme para atrás para pensar en lo que realmente estoy haciendo.

Cuando abre la puerta, parece sorprendido de encontrarme allí, pero rápidamente se recompone.

—Estaba pensando en ti —es lo primero que dice.

Viste unos pantalones de chándal que cuelgan bajos en sus caderas y su torso se encuentra desnudo. Se nota a primera vista que va al gimnasio y se nota que éste tiene un buen efecto en él. Tiene los abdominales marcados y todo en él emana fibra y músculo.

Camino un paso hacia adelante y me permite entrar.

—Escúchame una cosa —comienzo y cierro la puerta detrás de mí sin dejar de mirarlo—. No quiero más citas, no las necesito. No quiero que me cortejes o lo que sea que pienses hacer antes de finalmente llevarme a la cama. Yo no soy así, no me interesan esas cosas.

Tomo valor y me acerco a su cuerpo.

—No puedo dejar de pensar —mascullo enojada y tomo sus manos y lo obligo a colocarlas a cada lado de mi cintura—. Así que ahora mismo no seas un caballero y sácalo de mi sistema.

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora