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Drogas

Tras aquel encuentro, Ramírez volvió a su casa totalmente derrotado. Estaba cansado y era lógico, no había parado de usar su mente de pringadillo durante varios días seguidos. Lo estaba ejecutando todo demasiado rápido y la rapidez nunca es buena. Cuando pillas el acelerón por querer acabar algo cuanto antes, probablemente, acabes estresado y con ese objetivo tan urgente hecho pedazos. Sin embargo, en la situación del profesor, era comprensible, puesto que tenía menos de 24 horas para reclutar a tres personas más, o sino, quien sabe lo que el futuro podría depararle. La voz siniestra que sonaba a través del teléfono cuando Ramírez marcaba un número que se encontró en el anuncio de un periódico, tenía pinta de tener malas intenciones, a pesar de que la idea de crear una escuela de cine para dar una oportunidad a aquellos que sueñan pero no pueden, era sin duda maravillosa.

A parte del profesor, también estaba yo. Y es que tras aquella pequeña conversación que tuve con él, comencé a morirme de la emoción, pero internamente. No me gusta mostrar mucho mis emociones. Aquel día, a diferencia de los demás, dejé de practicar trucos con el skate para centrarme en algo que ahora veía mucho más importante: mi futuro soñado. No sé si todos mis compañeros se sentirían igual cuando recibieron sus respectivas cartas, pero yo estaba que no me lo creía. Deseaba con todas mis fuerzas que todo saliera bien, pero, sobre todo, que mi secreto jamás fuera desvelado por ninguno de ellos.

Ramírez había estado siguiendo la lista de nombres del misterioso personaje que se ocultaba tras el teléfono, pero ahora, había decidido hacer un pequeño cambio de planes y dejar a Sergio Fernández para el final y lo hacía por una simple razón: su negocio. A este chaval se le conocía como "el perico", pero no entre nosotros, sino en las calles. Negociar con alguien así iba a ser muy complicado y debía reservárselo para el final del día. Primero debía ir a lo fácil.

El siguiente nombre era el de Julián Ortega, el chaval, probablemente, más optimista y tonto de todos nosotros, el apodado como Olaf, ese muñeco de nieve tan carismático de cierta saga de Disney. Todo el mundo se encariñó con ese personaje por como era y Julián era un chaval del estilo. Si le preguntabas a cualquiera de sus amigos, estos ponían la mano en el fuego por él. Puedo asegurar que todos y cada uno, hablan genial de él y esto obviamente, lo digo sin haberle conocido todavía a estas alturas de la historia.

La pizarra que ayudaba al señor Ramírez habitualmente, retomó protagonismo una vez más. Con una tiza en la mano, el profesor apuntó los puntos más fuertes y los más débiles de una persona con un optimismo tan elevado, como era el caso de Julián. Sin ser una persona muy difícil de convencer, debía comprenderla lo mejor posible para entablar confianza en cuestión de segundos.

Tenía veinte años y vivía en el centro de la ciudad, justo al lado de una sala de exposiciones en la que, casualmente, ahora mismo había una exposición del cine de los 80. Ramírez se dirigió hacia allí con una seguridad absoluta.

En ese momento, Olaf se encontraba en la calle y para su suerte, Forrest le encontró casi nada más aparcar el coche.

- Disculpe, ¿Es usted Julián? -. Preguntó haciéndose el tonto.

- Ay lo siento mucho, ya he hecho tres actos de caridad hoy y no me da para más. Si le veo mañana intentaré...

- No, no es eso.

- Entonces cuénteme -. Dijo con una amplia sonrisa y un gran entusiasmo.

- ¿Te gusta el cine?

- Mucho, soy muy fan, aunque bueno, tampoco tanto porque no he visto todas las películas que existen, es muy difícil, ¿Habrá alguien que si lo haya hecho? -. Se paró a pensar de repente.

- No sabría responderle a su pregunta, pero...

- Piénselo, ¿Cuánto tiempo llevaría? Porque hay películas más largas y otras más cortas..., ¿Cinco años tal vez? -. La duda le reconcomía por dentro.