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MAIA

HABÍA LLEGADO EL MALDITO DÍA, el día en el que los chicos se irían a España y ella se quedaría en Argentina

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HABÍA LLEGADO EL MALDITO DÍA, el día en el que los chicos se irían a España y ella se quedaría en Argentina. El día en el que su inseparable hermano, los amigos que había hecho gracias a él durante los últimos meses que le habían demostrado que no era rara y completamente asocial se marcharían también además del chico del que estaba enamorada hasta las trancas.

Y, sin embargo, no podía decirle en voz alta que lo quería.

Aunque lo sintiera.

Los últimos días que habían pasado juntos, Juani se mostró igual de cariñoso con ella, lo cual desconcertaba a la chica.

Si ella le hubiese dicho que lo quería y él no hubiera respondido igual, Maia, como mínimo, se habría avergonzado de sus palabras y habría puesto distancia entre los dos.

Pero Juani no. Juani parecía seguir increíblemente enamorado de ella y lo demostraba sin miedo. Incluso le trajo una mañana flores a su casa.

Maia odiaba no poder demostrárselo igual.

Maia se sentía atrapada en un torbellino de emociones mientras luchaba con la frustración de no poder decirle a Juani lo que realmente sentía. El deseo de expresarle su amor chocaba violentamente con el temor paralizante que la invadía, temor a ser abandonada si se mostraba demasiado vulnerable, demasiado dependiente de él.

Cada vez que intentaba articular esas dos simples palabras, «te quiero», su garganta se cerraba como si estuviera estrangulada por el miedo. Imaginaba el rechazo en los ojos de Juani, el distanciamiento que vendría después, y la idea de perderlo la llenaba de una profunda desesperación.

Ella sabía que él no lo haría, pero la parte enferma de su cerebro que siempre le decía las cosas malas no.

Además, la idea de mostrarse débil frente a Juani le aterraba aún más. Sabía que eso le daría a él un poder sobre ella, un poder para herirla, para destruirla si así lo quisiera.

Y a Maia le gustaba confiar.

La vulnerabilidad era como un arma de doble filo, capaz de acercarlos pero también de separarlos para siempre.

Esta batalla interna dejaba a Maia sintiéndose atrapada y desamparada, incapaz de encontrar una salida. Quería gritarle a Juani lo mucho que lo amaba, pero el miedo la mantenía en silencio, encerrada en su propia prisión emocional.

Pero el día en el que los chicos cogieron el avión, su valor venció al miedo y se prometió que se lo diría.

Ella había pasado la noche en casa de Juani después de una fiestecita (sin alcohol ni comida rápida, ya que los chicos no podían ingerir nada de eso) en la que todos se fueron a sus casas menos ella. Se quedó la última a ayudarlo a recoger todo, hicieron el amor unas tres veces y por fin, se fueron a la cama.

𝐌𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐄𝐓──𝙅𝙪𝙖𝙣 𝘾𝙖𝙧𝙪𝙨𝙤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora