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Laguna Beach, California

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Laguna Beach, California.

Año 2016.

─ღ──────•♥❥♥•──────ღ─

Kristen tiene 17 años.


    No sé qué hago aquí, creo que no debí haber venido. No tengo nadie con quien hablar, no pertenezco a algún grupo, no tengo amigos con los que divertirme.

Me siento incómoda con este vestido que mi madre me ha obligado a ponerme, que enseña demasiada piel, tengo mis piernas expuestas y debo cuidar que los tirantes no se caigan porque podría quedar con los senos al aire. Noto como varios chicos me ven, pero de una forma sucia que no es halagadora, quiero cubrirme, sin embargo, no traje un suéter.

Miro mi teléfono, pretendo que hago algo importante con el, aunque en realidad solo estoy en Instagram, viendo la vida de desconocidos, que es por mucho más interesante que la mía. Son las 7:30 pm, y no sé si deba irme todavía. No por lo que piensen mis compañeros, porque sé que a ellos les dará igual si me quedo o no, sino porque no quiero escuchar las quejas de mi mamá. Sobre que debo mejorar mi actitud... Ella quiere que consiga un novio, está desesperada por ello. Porque las hijas de sus amigas sí son extrovertidas y populares en la escuela. Dice que la hago quedar mal, para ella todo es una competencia.

Alguien se me acerca, levanto la mirada y me topo con sus ojos hazel.

No puede ser, ¡es él!

El chico que siempre me ha gustado, ese que observo de reojo a través de la cerca que divide nuestras casas y acoso en redes sociales. Del que sé todo, aunque para él yo sea invisible; o al menos lo había sido hasta ahora.

—Hola... Eres Kristen ¿cierto? —expresa, mientras yo miro sus labios, que tiene carnosos y rosáceos—, yo soy Ethan.

—Lo sé... —contesto—, te he visto por los pasillos del instituto.

Me está sonriendo, es tan apuesto. Con su cabello castaño ondulado, sus cejas espesas y sus ojos dulces. Es alto y musculoso, todo un atleta, de brazos fuertes. Mi corazón está acelerado, estoy nerviosa, porque quiero agradarle, y no deseo que se percate de lo patética que soy.

—Quieres... —Me extiende su mano—, bailar.

Estrecho sus dedos, y dejo que me lleve al centro del auditorio. Sé que todos nos están observando, y probablemente no hablen de otra cosa mañana. El cómo el capitán del equipo de fútbol se ha compadecido de la chica rarita.

«¿Eso soy para él? Una obra de caridad».

Ethan pone sus manos en mi cintura, restriega su cuerpo contra el mío. Tiene ritmo al moverse y es coqueto.

—Debiste saludarme —dice en voz alta, para que pueda escucharlo por sobre la música estridente—, todas esas veces en que me viste en el pasillo de la escuela, debiste decir algo... Yo quería hablarte, es solo que... tú me intimidas.

—¿Ah sí?

—Sí... —Se acerca a mí, su rostro casi pegado al mío—, eres... muy linda.

Se aparta de mí, la música se ha apagado, y su confesión se ha quedado en el aire. Cuál pregunta sin respuesta. Siento una presión en mi abdomen, y he de tener la cara colorada. No sé qué debo hacer o decir ahora, porque es la primera vez que un hombre me hace un cumplido.

Dos chicos se acercan a Ethan, hablan con él, creo que les estorbo y me doy la vuelta, camino hasta que él me llama.

—¡Hey, Moore! —expresa, aunque yo nunca le dije mi apellido—, esto aquí se ha puesto algo aburrido, pero, ¿te gustaría venir a otro lugar?

—¿Contigo?

—Sí... estamos un rato y después, te llevo a tu casa. Que tampoco es que quede muy lejos de la mía —me guiña un ojo, y yo estoy que no me lo creo.

«Nunca fui invisible para él».

Acepto. Salimos del auditorio, tomados de manos.

En el estacionamiento Ethan se quita su chamarra, me la entrega para que pueda cubrirme. Se lo agradezco, subo a su auto. Mantenemos las ventanas abiertas y la brisa hace que mi cabello se despeine, lo observo mientras conduce, con su mirada fija en el vidrio frontal y sus fuertes manos aferradas al volante. Pienso que es absolutamente hermoso, como protagonista de una película, así de sensual y masculino, mientras que yo... No creo ser suficiente para él. Mis inseguridades me agobian, y hablo muy poco.

El auto se detiene, estamos en la playa, junto dónde está esa caceta de vigilancia abandonada, que solía ser utilizada por los salvavidas de la zona.

Se para que me ha traído hasta acá, he oído las historias de las otras chicas. Sé que allí, desde las alturas, tendremos una vista increíble de la bahía y las estrellas, entonces, él va a besarme y puede que terminemos haciendo mucho más. Se dice que es un buen amante, y hasta conozco los rumores sobre el tamaño de su pene. He fantaseado con esto infinidad de veces, con entregarle mi virginidad, pero ahora mismo, no estoy segura de si realmente quiero que suceda de este modo. Cuando apenas hemos compartido unas cuantas palabras, somos dos extraños, pero al mismo tiempo, tengo esta convicción de que al llegar a conocernos, podríamos amarnos. ¿Soy tonta por creer eso?, o, ¿es que todos esos libros románticos que he leído me han jodido la cabeza?

—¿Qué sucede? —me pregunta Ethan—, ¿hice algo mal?

—No, solo... creo que es mejor que me lleves a mi casa de una vez.

—¿No quieres subir conmigo a la garita?, créeme la vista desde allí es increíble...

—Sí, eso he oído —replico, para que sepa que estoy al tanto de su promiscuidad—, pero, prefiero quedarme aquí abajo.

Él se ríe, parece sorprendido, más no enfadado.

—De acuerdo, Moore —contesta—, como desees.

Mete las llaves en la ranura, y enciende el auto. Nos alejamos de la playa, adentrándonos en la carretera que da a nuestra urbanización. Hay muchos árboles en este camino, que tiene ese olor tan particular que me encanta, e inhalo con fuerza. Recuesto mi cabeza en el asiento, sé que Ethan me está observando, pero pretendo no percatarme. Empiezo a cuestionar mi decisión, si la he cagado monumentalmente, al rechazar al chico más sexy del pueblo, que después de esto ni volteará a mirarme.

«¡Mierda!, seguiré virgen hasta la universidad».

Hemos llegado, creo que debo bajarme. No quiero mirarlo, ni hacer de este momento algo todavía más vergonzoso. Salgo de su auto, y recorro las escalinatas que dan a la propiedad de mis padres. Sin embargo, Ethan me alcanza a mitad de camino, me toma entre sus brazos y me besa, de un modo que me hace sentir como si ya no tuviera los pies sobre el suelo, estoy levitando, ensimismada y feliz. Sus labios son suaves y cálidos, su cabello se siente perfecto cuando paso mis manos por las hebras.

Su caricia se prolonga, le dejo que me paladeé. Es la primera vez que hago esto, soy torpe, pero trato de replicar lo que él hace conmigo. Su lengua toca la mía, y un ardor intenso se extiende entre mis muslos. Estoy quemándome, y todo se debe a él.

—Dame tu número —dice—, ¡vamos, Moore! No me hagas suplicar por ello. No seas mala.

—¿Lo harías?, ¿me rogarías?

—Sí... —afirma Ethan, deslizando su dedo pulgar por sobre mis labios hinchados—, ya te lo dije, me gustas. 

Summertime SadnessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora