33

36 7 0
                                    


Laurie

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Laurie

   Llevé a Kristen de vuelta a la cabaña dónde se estaba quedando, pero ella permaneció dentro del auto conmigo, por unos minutos más.

—¿Cuándo tienes que entregar las llaves?

—Mañana temprano... y por la tarde tomaré el vuelo hasta San Francisco.

Un nudo se formó en mi garganta, sentí dolor, y amargura, porque me era difícil, despedirme de ella.

—Supongo que este es el adiós entre nosotros.

—Mejor que sea un «hasta luego», ¿quieres? —Se acercó, para que yo pudiera poner mis brazos a su alrededor. Nos mantuvimos así por un buen rato, sus manos por mi espalda y su nariz contra mi cuello. Pegué mis labios de su cabeza e inhalé la esencia a vainilla en sus cabellos. La estreché con más fuerza, pegándola a mí, por completo. Nos miramos y... solo sucedió. Un beso corto, que nos llevó a otro más largo. Lenguas que se rozan y alientos mezclados. La sangre ardiendo por mis venas, mi lujuria más latente que nunca.

—Entra a la casa conmigo —me propone.

Salimos del auto, ingresamos a la cabaña.

Manoseándonos, sin dejar de comernos la boca.

Nuestras ropas quedando regadas por el suelo y nuestros cuerpos desnudos colisionando.

La hago tumbarse sobre un sillón, y que alce sus piernas.

—Espera, Laurie... Tengo el periodo —expresa con un dejo de vergüenza, y yo sonreí, aún dispuesto a darle placer oral. Acerqué mi rostro a su vagina, froté mi nariz contra su clítoris. Ella gimió, meneando las caderas y jalando mis cabellos. Logré que se corriera un par de veces, después me puse un condón, y la penetré. «Ooooooh», era perfecta para mí. Menuda y frágil. Con la piel pálida y los cabellos dorados; esos ojos místicos suyos, que me hacían tener tantas fantasías... Su coño de labios rosados, siempre húmeda al recibirme... siempre tan estrecha.

—Kristen —«Te amo»—, voy a... —me derramé, haciendo una mueca y desplomándome sobre sus senos grandes, que eran cómodos, como almohadas bajo mi cabeza. Ambos respirábamos con agitación, estando sudorosos y todavía, embelesados por el orgasmo.

No estábamos teniendo una reconciliación, ella no iba a quedarse en el pueblo, y tampoco pensé en pedírselo. No obstante, me alegró acabar así, con una puerta aún abierta, teniendo un poco de esperanza.

—Te visitaré durante el invierno —manifesté. No estaba pidiendo su permiso, sino informando algo que yo ya había decidido—, estaré de vacaciones, y podremos estar juntos por al menos unas dos semanas...

Kristen iba a hacer una objeción, y yo la silencié, posando mi dedo pulgar sobre sus labios todavía hinchados, de tanto besarme.

—Sé que tienes que trabajar en tu salud mental, pero... eso no significa que debas sacarme de raíz de tu vida, ¿ok? —estaba ahora encima de ella, con sus piernas largas enredadas a mi cintura—, fuimos amigos antes y podemos volver a serlo, aunque con beneficios... espero —propongo y ella se ríe.

—¡Sinvergüenza!, tú solo quieres seguir follándome, cada vez que puedas —refuta, bromeando.

Yo la hago girar para que quede sentada sobre mí, la tengo aferrada por sus nalgas.

—No es solo por eso que te busco. Lo sabes, ¿cierto?, que sigo... que yo siempre voy a...

—Sí, Laurie, claro que lo sé.

***

   Nos quedamos juntos toda la noche, haciendo el amor hasta que el cuerpo no nos dio para más. Hubo gritos, risas, algo de llanto... Euforia, placer, melancolía. Hablamos del pasado, del futuro...de temas profundos, también de tonterías. Fue maravilloso, inolvidable. Luego, el domingo, por la tarde, la acompañé al aeropuerto, y la besé hasta que oímos ese llamado por las cornetas.

«Pasajeros del vuelo 914, con destino a San Francisco, por favor dirigirse a la sala de embarque...»

No podíamos evadirlo, teníamos que separarnos.

—Te amo, Laurie —declaró Kristen, tocando mi rostro. Yo la tenía agarrada por la cintura y pegué mi frente de la suya.

—Te amo, K.

La vi irse, alejarse por ese pasillo, llevando un pedazo de mi corazón con ella.

Era muy pronto para decir que nunca más iba a enamorarme de una mujer, yo solo tenía 18 años... pero, ella siempre iba a ser la primera. Ese lugar, su importancia, no se lo quitaría nadie.

Subo al auto, conduzco oyendo canciones depresivas, dejando que el llanto fluya por mis ojos. El sol incide con fuerza sobre el vidrio frontal, el cielo está despejado y la costa de California me tienta con sus bellas tonalidades... hasta que recibo una llamada de mis amigos.

—Hey, hombre, ¿dónde estás? —dice Seth.

—No muy lejos del pueblo.

—Bien, acércate a mi casa. Que aquí estamos todos... Las olas están gigantes, Bro, ¡hay que surfear un rato!

—Vale, voy para allá. 

Summertime SadnessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora