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  Laurie

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  Laurie


   Perdí la cabeza, cuando la vi dentro del auto de ese sujeto.

Nunca antes había sentido celos.

Es que, jamás me importó el que mis amantes se acostasen con otros hombres, yo no tenía novias, sino buenos polvos. Porque procuraba mantenerme lejos de los dramas del instituto, de los reproches, los llantos, y todas las sensiblerías.

Sin embargo, con Kristen... Todo era diferente.

Ella me dejaba sin aliento cada vez que la tenía cerca. Porque era tan bella, y frágil. Como una mariposa de alas rotas.

Siempre triste, con sus ojos a punto del llanto, y delgada, por causa de sus malos hábitos alimenticios.

Tenía baja autoestima, y se refería a sí misma con calificativos degradantes, pero yo sabía que no era cierto. Que ella no era malvada, sino dulce, amable, astuta... ¡Maravillosa! Yo la veía realmente, a plenitud, de un modo que iba más allá de sus senos grandes, o su rostro hermoso. La veía como persona, como alma... Y era todo lo que yo había deseado, la chica de mis sueños.

¿Cuándo inicio esta infatuación?

Debo admitir que fue mucho antes que este verano, cuando yo era un chico de 12 años y ella la novia de mi hermano. Fue mi primer crush, y la motivación para hacerme unas cientos de pajas. Me encantaba verla, nadar con su bikini por las tardes, en nuestra piscina, o sentarse a la mesa a cenar con el resto de mi familia, que estuviese en el sillón, viendo películas conmigo, con sus shorts deslavados que llevaba a todas partes, teniendo sus piernas largas al descubierto y los pies de uñas teñidas de rojo...

La estreché, acariciándola por su espalda.

La tenía sobre mí, exhausta tras haber fornicado.

Me encantaba su forma de follarme, salvaje, malhablada... Lujuriosa, y sin pudor.

Me dejaba seco, en el buen sentido. Porque me proporcionaba una satisfacción, que no había tenido antes.

La escuché ronronear, y luego reírse.

—¿Qué? —cuestioné, pasando mis dedos, por sus cabellos enmarañados. Castaños en la raíz, y más rubios de los medios a puntas.

—Nada...

—¡Sí, pasa algo!, que si no, no te estarías riendo —me puse inseguro—, ¿estuvo mal?

—Tú sabes bien que me corrí... —rebatió, pasándose la lengua por sobre sus labios. Carnosos y perfectos. Siempre rojos.

—Eso no responde a mi pregunta.

—¿Ah no?

La aferré por sus nalgas, apretándoselas, y ella abrió la boca, gimiendo.

—Yo he logrado correrme, sin siquiera sentirme atraído hacia la persona con la que estuve follando.

—¡Laurie!, eres muy malo.

—Sí. Y he hecho muchas mierdas de las que me arrepiento, pero contigo es diferente. Lo prometo... Yo... —Me incliné, para alcanzar sus labios. ¡Dios!, cómo me encantaban sus besos—, quiero ser un mejor hombre, por ti.

—Debes querer serlo, por ti mismo —me contestó, cortando de una con mi romanticismo.

¿Por qué era así?, arisca, evasiva... Siempre dándome respuestas confusas. Porque aun después de la declaración que le hice, y de todo el sexo que esa noche habíamos tenido, yo seguía sin saber si ella sentía, aunque fuese un poquito de cariño hacia mí.

¿Era este mi karma?

Por todas esas chicas a las que rechacé, por ser empalagosas, y decir que me amaban. Rehuí de todas ellas, de las vírgenes... Las que eran buenecillas, y no contaban con cicatrices en su alma. Que no tenían un pasado.

Me vine a enamorar de la más complicada de todas.

Aquella que seguía prendada del cretino de mi hermano.

Porque eso era lo que Ethan era, ¡un capullo!, arrogante, mentiroso, y egoísta. Aunque desde que se suicidó, todos parecían haber olvidado sus defectos, y se referían hacia él como este ángel trágico...

—Yo no puedo ser tu jodido centro de rehabilitación —esbozó—, y mi coño no sustituye a una sesión de terapia.

Debo admitir que había cierta gracia en su sarcasmo, en ese humor negro que poseía.

Le sonreí.

—No... ¡Tu coño es el jodido paraíso! —bramé, empujando con mis caderas, para lograr restregarme contra su vagina. Kristen se sonrojó, de las mejillas hasta su cuello, y sus ojos se mostraron llameantes de nuevo—, húmedo, cálido, estrecho... Mi lugar perfecto. ¡El preferido!, es qué si llega a caer un maldito asteroide ahora mismo sobre la tierra, no me importaría... Quiero morir así, clavado en ti.

—Laurieeeeeeee. —La penetré, con suavidad, dándome mi tiempo de disfrutarla, y ella respondió a mí. Meneándose, y dando saltos, para enterrarse toda mi polla. Sus senos se bambolearon, redondeados, turgentes. Era exquisita. Tan sexy como esas mujeres que se ven en las películas. Pero a diferencia de ellas, no era una fantasía, una pixie manic girl. Era real, así de lunática, sacándome de mis casillas, y haciéndome cuestionarlo todo.

Y yo la amaba, por eso.

Porque antes de su llegada, me había sentido tan perdido. Siempre solitario, a pesar de tener muchos amigos, y con un vacío tan grande, que ni con todas las drogas existentes en el planeta, lo habría podido llenar.

Kristen decía que no era mi centro rehabilitación, ni la terapia para mis traumas. Sin embargo, su influencia sobre mí era positiva.

Ella era mi musa, la inspiración para dejar de tontear, y enfocarme en obtener una beca universitaria, formarme un futuro.

Me hacía plantearme ideas más profundas, sobre la significancia de aquel mundo nuestro, y lo que realmente era importante.

—Ooooh, K...

Me derramé, colmándola con mi chorro de semen.

Ella me había dicho que se estaba cuidando, y que podíamos hacerlo sin un condón.

Me causó placer, el desbordarme en su cavidad, percibiendo sus contracciones vaginales.

—Aaaaaaaaaaaaaaaaah —gritó, rasgándome la espalda con sus uñas, y haciendo esta mueca erótica.

Puse un dedo sobre sus labios, y ella se lo metió en su boca, chupándomelo, sin apartar sus ojos de los míos. Dilatados, muy brillantes.

Luego, volvió a reírse, y me hizo una confesión.

—Me haces feliz —expresó—. Tú haces que la vida... duela menos.

Summertime SadnessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora