🐉 Г ᴠᴏʟᴜᴍᴇɴ 1: ʟᴀ ꜱᴀɢᴀ ᴅᴇʟ ᴅʀᴀɢÓɴ ᴅᴇ ʟᴜᴢ
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《¡Algún día volaré como ella!》
Г Durante la eterna noche, una gélida presencia asoló a la familia de Draco Levante. Unas agudas cuchillas se bañaron en la sangre de alguien importante para él.
《T...
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¿Cuál era el destino? ¿Cuál era el final? ¿Cuáles eran las consecuencias de la muerte? ¿Qué sentido tenían las guerras pasadas? ¿Qué fines había en las matanzas? ¿Por qué luchar por un pueblo, cuando puedes huir o esconderte? ¿Por qué aferrarte a la vida, cuando todo acabará desapareciendo? ¿Cómo podía ser uno feliz, cuando estaba rodeado de tanto sufrimiento y de tanta muerte? Y, ¿cuál era el significado de seguir viviendo?
Juan Levante se lo preguntaba decenas de veces, tantas como las que caía, tantas como las que se levantaba. Pero él siempre había tenido la respuesta justo delante de sus narices.
Su pequeño dragón de cinco años estaba acostado sobre la cama, con los ojos entrecerrados y a punto de caer en el onírico mundo de los sueños. Se cubría hasta el cuello con unas sábanas medio desparramadas. La cobija rozaba el suelo. La luz de la lámpara alumbraba de forma tenue su habitación, espantando la oscuridad y las pesadillas. Juan Levante cerró la tapa del libro que blandía, se levantó de una silla, se dirigió hacia su querido hijo y ajustó nuevamente las sábanas ante la mirada expectante y rasgada del niño. Luego, volvió a su asiento abriendo las hojas del libro y comenzó a relatar la historia que la noche pasada no pudo empezar:
—Érase una vez, en una aldea perdida allende las murallas del mundo, existía un gigantesco dragón y su pequeña cría. El gran dragón protegía a los habitantes de la villa de todo peligro que amenazaba sus huertos, iluminaba los campos de los días más oscuros y brindaba salud en los inviernos más fríos. Los protegía de las enfermedades, y calentaba sus corazones con la esperanza que perdían tras cada mala racha de viento. Mientras tanto, el pequeño dragón iba aprendiendo de su padre, de sus mayores hazañas o de sus pequeñas labores. Incluso repetía los errores.
»Eran felices, porque eran como uña y carne, porque compartían cola y escamas, y porque soñaban a lo grande. La madre del dragoncito, después de todo, ya no estaba allí y les había encargado que resguardaran la villa de los invasores que quisieran hacerse con su comida, con su oro o con sus promesas. Con los sueños que jamás pudieron cumplir. Con los propósitos que todo humano acababa abandonando alguna vez. Y el pequeño dragón, aunque no llegaba a entenderlo del todo, seguía allí, siempre cerca de su padre.
»Pero hubo una tormenta; siempre las había, siempre arrebatan todo lo que importa. De la noche a la mañana, un grupo de cazarrecompensas llegó a la villa utilizando un conducto de cuevas que ni los propios aldeanos conocían, y arrasaron con todo hasta volverlo cenizas. El gran dragón, al presenciar la catástrofe que quemaba sus tierras, tuvo que soplar un aliento de fuego para extinguir a aquellos humanos indeseables que habían osado perturbar sus cosechas, sin saber que en realidad eso no era lo que andaban buscando...
