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EGAN
GRAY

—¿Cómo van los informes sobre lo que te pedí?—pregunté a mi asistente mientras nos dirigíamos hacia el elevador para subir al piso superior, en el cual se encontraba mi oficina y la de mi padre.

—Está listo, Gray—contestó la chica de cabello cobrizo, Sasha—. ¿Desea que se lo deje en su oficina?

—Sí, por favor. Ah, y Sasha… ¿podrías cancelar mi reunión con el Sr. Johns del lunes? Pásalo para el martes sí es posible.

—Ahora lo haré, Sr. Gray—se despidió de mí en cuanto entré al elevador y las puertas se cerraron.

Mi padre me había dado permiso de tomarme la tarde libre debido a que era viernes, y generalmente todos salían más temprano. Además me había estado esforzando duro por cumplir con mis roles en Financial Strenght, incluso había cerrado un pequeño trato con el dueño de un restaurante lujoso de la ciudad.

Sin embargo, habían más cosas por hacer ya que mi padre quería incorporar un nuevo hotel bajo nuestro apellido en otro país. Lo bueno era qué no lo tendría encima de mí exigiendome más cosas. Y en cierta parte, aquel trabajo de sus hoteles no me incluían ya que yo no estaba capacitado para tomar decisión alguna en eso.

A mis veintidós años ya era el gerente de un puesto en la empresa de mi padre, y pese a que jamás lo hubiera logrado de no ser por él, me sentía satisfecho con los resultados positivos de esforzarme.

Cuando llegué a la oficina de Ryan, estuve a punto de golpear su puerta. Sin embargo su voz molesta al otro lado me detuvo:
—No puedo creer que éste hijo de puta esté rechazando todas mis llamadas. ¡Cómo se atreve!

Fruncí mis cejas. Al parecer se debía a un negocio que no resultó bien.

—¿Sr. Gray?—llamé, entrando a su oficina lentamente. Mi padre giró a verme con sorpresa y rápidamente guardó su celular. Se recompuso y me observó desde su escritorio, molesto.

—¿Por qué mierda no tocas la puerta, Egan? —reclamó de forma brusca.

—Lo lamento, señor. Es que pensé que…

—Cállate—se levantó de su escritorio y comenzó a guardar sus cosas en un maletín negro, de malas ganas—. ¿Has venido para irnos?

—Sí—contesté simplemente. Debido a que entrábamos a la misma hora a la empresa, y salíamos juntos también, mi padre y yo íbamos en su auto o en el mío. Todos los días. A veces era tedioso tener que escucharlo cuando estaba de malhumor. ¿Pero qué digo? También era tedioso escucharlo cuando andaba de buenas, ya que su tema favorito era hablar sobre sus preciados hoteles, o sobre los tratos que cerraba con países extranjeros.

Era un poco vergonzoso mencionar que cerré una cuenta con un restaurante a comparación de mis demás compañeros, los cuales conseguían cuentas y propiedades mucho más importantes. Así que omití comentárselo a mi padre. 

Ambos salimos de la empresa minutos después, y subimos a su auto para irnos a casa a las cuatro de la tarde. Y mientras miraba por la ventana, noté un silencio pesado entre Ryan y yo. Pero no porque estuviese molesto conmigo, sino porqué se le veía muy sumergido en sus pensamientos. Y en unos que no le agradaban mucho a juzgar por su ceño fruncido y la manera en que sus nudillos se tornaban blancos alrededor del volante.

HEATHER: Promesas Rotas © [Primer Y Segunda Parte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora