Salto de fe

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Estoy segura que no me esperaban tan pronto, pero tenía el capítulo listo y vi que alguien en Ask estaba con ganas de leer el nuevo, así que para esa persona (perdón pero no sé tu nombre) ;)

Capítulo XIX: Salto de fe

Tras un pequeño brinco, Dublín cayó sobre su espalda y como las veces anteriores, se incorporó para seguir persiguiendo la luz. Ari resopló un tanto aburrida de ese juego, le parecía algo malicioso lo que Gaby le hacía al hurón pues sin importar cuánto se esforzara, jamás lograría atrapar el reflejo del vidrio.

—Juguemos a algo más.

Gaby la miró repentinamente interesado.

—¿Esgrima? —preguntó sin perder las esperanzas, ella puso los ojos en blanco dándole a entender que eso no ocurriría, jamás—. Nunca hacemos algo divertido —se quejó él, alzando a Dublín del piso y dando por terminado su numerito con el animal.

—¿Qué te parece jugar con las tallas de madera? —instó, regodeándose con la idea. Aún no regresaba la tortuga que había tomado de la vitrina del conde y nadie había armado un escándalo al respecto.

—No sé... —Él comenzó vacilar de forma notoria, siempre ponía pegas cuando se trataba de las posesiones de Iker. Ari pensaba que Gaby le tenía miedo y ella no comprendía por qué, ya que el conde no se comportaba mal con ellos. Entendía que era un poco raro a veces y que hablaba de forma un tanto cruel en ocasiones, pero nunca decía que no a nada y jamás de los jamases les gritaba; es más, él raramente alzaba la voz. Por eso ella creía que Iker era estupendo, de haber podido escoger un papá Ari lo habría elegido a él.

—Vamos, ¿a poco eres gallina?

—¡Claro que no! —espeto él cayendo convenientemente en su trampa. Ari sonrió para sí, era tan fácil manipular a Gaby que ella se sorprendía a veces de que él fuese el mayor. Muchas veces actuaba como si no lo fuera y de esa forma le facilitaba realizar cualquier treta que cruzara su mente.

—Pues vamos. —Lo tomó de la manga para jalarlo al estudio, él se removió para liberarse y ella se limitó a chistar por su actitud.

Sin importar cuánto quisiera negarlo, Gaby no tenía más opciones que jugar con ella y Ari sabía que la seguiría, incluso hasta ya se habían acostumbrado mutuamente al otro. A veces la sacaba de quicio, pero lo soportaba. Era él o escuchar las historias de miedo de Stephen y a decir verdad, el ayuda de cámara la asustaba bastante.

—¡Eh, mocoso! —Y fue como si lo acabara de conjurar con el pensamiento, el hombre se apareció en el vano de la puerta con su voluminoso abdomen precediéndolo y el botón de su casaca gritando auxilio para sostenerse en su lugar.

—¿Qué quieres? —lo increpó Gaby, mirándolo de soslayo.

—La señora tomará el desayuno en el cuarto, vete a la cocina y súbele una bandeja.

Ari frunció el ceño, Stephen muchas veces trataba a su amigo como a un sirviente, pero Iker le había dicho que ese no era su lugar en la casa. Entonces, ¿por qué Gaby le hacía caso?

—Ya voy —murmuró el aludido sin despegar la vista del piso.

Stephen masculló algo antes de retirarse, versando sobre la falta de respeto que tenían los niños en esos tiempos, pero Ari no le puso mayor atención que su amigo y se volvió para mirarlo con interés.

—¿Por qué haces todo lo que te pide? —Él frunció el ceño encogiéndose de hombros—. Dile a Iker.

—No —respondió casi al instante—. Yo vivo aquí gracias a que el señor me lo permite, no puedo estar quejándome por tener algunos deberes.

El Conde FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora