Vendetta

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Este capítulo es para llenar algunos blancos, un capítulo para entrar en la cabeza de Iker de un modo más directo. Así que decidí dejarlo ahora y bueno, voy a intentar dejar el siguiente lo más pronto posible. Pero mientras pueden ir a pasear con Iker por Londres.

Por cierto, van a notar que tiene más frases en francés pero las traducciones van abajo, aunque para que no les quepan dudas lo que piensa constantemente significa: Soy un espía. Lo digo ahora así no tienen que bajar para mirar a ver qué significa, además porque es una frase que Iker va a repetir un par de veces ¿ok? 

Capítulo XXII: Vendetta

Ahogando un bramido, extendió el brazo en su totalidad enterrándose de lleno en su blanco. Del otro lado unos ojos muy abiertos por la sorpresa lo escrutaron con rabia por un instante, para luego velarse en una apagada expresión de desazón. Acto seguido, su contrincante se desvaneció hasta golpear el piso como un peso muerto. Iker se acuclilló a su lado al verlo que intentaba decir algo entre los gorgojos de sangre que brotaban de sus labios.

—Yo no... no lo hice. —Y tras esas palabras casi soltadas en un único suspiro, sus ojos se quedaron fijos en el cielo nocturno. Iker bufó, poniéndose de pie para mirar a los presentes con gesto de triunfo.

—Uno menos —musitó en tanto que desenterraba su espada del pecho de aquel individuo.

Lord Antoni se mordió el labio, volviendo el rostro en otra dirección incapaz de atestiguar la muerte de su propio compañero. Un padrino deplorable, pensó Iker, mientras le indicaba al médico que verificara lo que ya todos sabían. El hombre de cabello cano caminó lentamente entre las cinco personas que aún permanecían de pie en aquel lugar apartado de los ojos de Dios, y tras soltar un suspiro dramático los observó.

—Murió —corroboró, llevándose un pañuelo blanco a la boca en lo que Iker pensaba un gesto teatralmente innecesario.

Sonrió hacia el padrino y se reverenció de forma chapucera, importándole poco o nada estar irrespetando al difunto. Lord Antoni lo atravesó con la mirada y él pudo notar el odio oculto tras esos ojos aguados por el alcohol.

—¡No ha sido una lucha justa! —exclamó el hombre con la voz temblorosa. Iker lo miró con una ceja enarcada.

—¿Acaso exigirá una satisfacción por su amigo? —instó burlón, mientras Stephen le ayudaba a limpiar la sangre de la hoja de su espada. Aguardó la respuesta del caballero, pero éste se limitó a bufar audiblemente antes de comenzar a levantar las pertenencias del difunto.

—Ha sido un combate perfecto, milord. —Dio un suave cabezazo en agradecimiento a su ayuda de cámara, a tiempo que tomaba su chaleco y su casaca para terminar de arreglarse.

Los duelos siempre lograban acalorarlo un poco, pero no se podía decir que Edward Thompson fuese un verdadero desafío. Había que admitir con solemnidad que el hombre tenía varias copas encima, estaba abatido por la perdida de dinero en el juego y para colmo era de esas personas a las que el tiempo no les tuvo compasión. A decir verdad, Iker le había hecho un favor al quitarle la vida.

—Fue bastante simple —admitió con un dejo de humildad. El hombre tan sólo lo había rozado una sola vez con la punta de su florín y él no podía decir que ese ataque hubiese estado cerca de matarlo.

—¿Además de Thompson quién quedaba en la lista?

Iker se quedó en un silencio analizador, observando por el rabillo del ojo que en el horizonte el sol comenzaba a enseñar sus primeros rayos.

—Sólo faltan dos ratas más.

—¿Y la rata mayor?

Asintió con una leve sonrisa, pero sabía que para él aún debía pensar las cosas con más detenimiento. No había sido tan difícil encontrar a los tres primeros, al igual que Thompson todos eran propensos a malgastar su dinero en apuestas y mujeres. Sólo era cuestión de cargarse de paciencia y aguardar porque ellos se presentaran en las fauces del lobo. Tras un juego de cartas en el que ellos dudosamente comenzaban a salir beneficiados, Iker los guiaba a su propia muerte haciéndoles perder cada penique al punto que un duelo era su última vía de escape. Todos terminaban exigiendo una satisfacción, todos lo acusaban de tramposo y no tenían reparos en arrojarle un guante a la cara para tratar de salvar, el poco orgullo que les quedaba. Para él sólo eran jueguitos, hombres que nunca sabían como usar correctamente la espada, que ni siquiera sabían plantar correctamente los pies para un enfrentamiento. Normalmente en menos de dos movimientos, Iker los tenía rogándole por piedad. Pero cualquiera que decidiera batirse con él debía saber que salir con vida, no era siquiera una posibilidad remota.

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