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Llegaron al apartamento y Sam entro a su cuarto a darse un baño, estaba cansada y necesitaba reflexionar lo que pasaría con Enzo.

Enzo solo se dispuso a hacer la cena, haría pasta y alguna ensalada con pollo. Básicamente lo que comían del diario.

—¿Si preparaste la cena? Gracias Enzo. —Sam sonrió y lo abrazó.

—De nada, lo único que no me gusta es la carne.

—Debes de comer.

—Lo sé. —beso la cabeza de la chica y comenzó a servir los platos. —¿Harás algo para año nuevo?

—Supongo que ayudar a la cena, llamarle a mi abuelo y luego ir a dormir, ¿y tú?

—Marcarle a mis padres y ir a la cena.

Ambos se quedaron en silencio en lo que Sam ponía la mesa de la sala.

—¿Quieres salir después de la cena? —Enzo habló, mientras acomodaba los platos en la mesa. —O podemos venir acá y ver una película o algo.

—Supongo que esta bien, podemos venir y tomar una botella de vino a la luz de las velas.

—¿Compraremos velas?

—Si y ponemos películas de estudio ghibli.








Habían sacado a Sam a la playa, era treinta de diciembre de noche, acamparían para después el treinta y uno irse a casa de Bayona a comerse las uvas

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Habían sacado a Sam a la playa, era treinta de diciembre de noche, acamparían para después el treinta y uno irse a casa de Bayona a comerse las uvas.

La tarde había pasado entre risas y bromas, haciendo que Sam se distrajera un poco, pero cuando se quedó sola con Enzo, le llegó un choque de nostalgia y la tristeza la golpeó de la nada cuando la noche estaba extremadamente cerca.

—Hoy es su séptimo aniversario luctuoso. —Sam sorbió su nariz y se quedo admirando el fuego, abrazando sus rodillas.

—¿Aún te duele? —Enzo estaba sentado a su lado, observandola.

—Solo llega la nostalgia, me pongo a rezar o algo solo para sentirlos cerca.

—¿No vas a verlos al panteón?

—No, mi abuelo los tiene en un nicho en su casa de campo y casi no voy a verlo, así que, esta bien supongo, algunas veces tiendo a alejarme cuando algo me duele.

Sam se acercó aún más a Enzo, él sabía que ella lo necesitaba, pero no sabía como acercarse sin invadir mucho lo que ella sentía.

Simplemente dejó que ella se acercara y recargó su cabeza en el hombro de Enzo.

Amaba sentirse acompañada, las palabras muchas veces para ella significaban menos que un acto físico, pero a veces las palabras tomaban mucho peso en su vida.

—Sam, ¿gustas cantar conmigo? —Rocco se sentó al lado de ellos. —Tocamos rock nacional si quieres, ¿si?

—Bueno. —Sam sorbió su nariz.

don't bladme | enzo vongricicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora