Capítulo 5

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Sergio Pérez

No puedo recordar la última vez que tuve una comida cocinada desde cero.

Mi madre nunca ha sido cocinera y, desde luego, nunca ha tenido la ambición de aprender a hacerlo.Una de mis niñeras me llevó una vez a una cafetería y me dejó pedir hotcakes y era la primera vez que las comía y cuando se lo dije, no me creyó.

—¿Cómo es posible que nunca hayas comido Hotcakes? —preguntó, olvidando que tenía una madre loca y que, si necesitaba algo, tenía que hacerlo yo mismo.

Devoré todo el plato de comida y lo pagué caro esa tarde.

Los Hotcakes de Carlos son esponjosos en el centro y crujientes en los bordes. El jarabe es dulce y las moras de los pantano -pensaba que mi madre las estaba inventando-, están muy buenas. Son como fresas con un toque cítrico.Tomo otro bocado mientras la chica, Cherry, se sienta a mi lado.

—¿Quedan tortitas? —me pregunta. ¿Quién mirda les dice tortitas a los hotcakes? Ella evidentemente.

—No —responde Carlos.

La expresión de Cherry se convierte en una inmediata decepción. Es pecosa, tiene el pelo castaño y los ojos grandes y demasiado juntos. Hay algo en ella que me recuerda a una burbuja a punto de estallar. Pero me alegro de ver a una mujer aquí. Mamá sólo hablaba de Max. Y ciertamente nunca habló de los Niños Perdidos. No creo que Cherry sea una fuerza a tener en cuenta, pero está claro que está desesperada por caer bien.

Puedo usar eso a mi favor en un lugar como este.

—Puedes tomar un poco del mío. —Deslizo mi plato hacia ella.

—¿De verdad? —Parece que no me cree.

—Por supuesto. No necesito todos.

—Siento discrepar —dice Carlos. Ahora su cara es más dura—. Pero solo eres piel y huesos —añade.

Trago saliva y recojo los pliegues de ropa alrededor de mi cuerpo como si pudiera esconderlo y todas sus imperfecciones. No se equivoca. Cuando eres pobre y tu madre está loca, en tu nevera siempre falta algo y tu estómago siempre está vacío. Sin embargo, te acostumbras a ello. El constante roer del hambre.

Algunos días pasar hambre es lo más real que siento.

—Si me como todo el plato —le digo—, me pondré enfermo.

Charles se levanta. —¿Puedo hablar contigo un minuto? —le dice a su cuate. La mirada de Carlos se detiene en mí antes de salir finalmente de la habitación siguiendo a su hermano.

Me desperté encadenada a una cama, ¿no les preocupa que intente huir? Lewis dejó claro que era una muy mala idea. Pero, ¿qué viene después de esto?¿Qué buscan?

—Entonces —digo, volviéndome hacia Cherry. Ha devorado la mitad de la pila de hotcakes y se frena una vez que mi atención se centra en ella—. Dime lo que necesito saber sobre este lugar. Sobre esos chicos.

Hace una mueca de dolor.

—Se supone que no debo hablar de ello.

—¿Por qué no?

Ella traga con fuerza, se muerde el labio de nuevo. —Es... complicado.

—¿También te llevaron a ti? —Pregunto.

—No. —Mueve la cabeza como si quisiera demostrarlo—. Vine por mi propia voluntad. —Hay orgullo en esa afirmación.

—¿De dónde?

—El otro lado de la isla.

Si eligió venir aquí, tal vez no sean tan malos como pensaba.Tal vez sea de Peter Pan que tenga que preocuparme.Bueno... y quizás Lewis.

—¿Sabes lo que están buscando?

Me devuelve el plato.

Su expresión se ha vuelto sobria, la luz de sus ojos se ha apagado.

—Los Niños Perdidos son más viejos de lo que parecen. Y Peter Pan es mucho, mucho más viejo. Más viejo que yo. Lo que sea que haya pasado, fue antes de que yo naciera.

—Pero ¿qué significa eso? ¿Qué ha pasado?

Los cuates vuelven a entrar en la habitación.

Carlos chasquea los dedos a Cherry y ella se escapa rápidamente.

—Termina, Darling —dice Charles.

—¿Por qué?

Hay una puerta doble en el extremo de la cocina con un balcón y el océano más allá. Carlos se acerca a ella y mira hacia fuera. El sol se está poniendo. Aquí no hay relojes, así que no sé qué hora es. En casa, la puesta de sol es alrededor de las ocho de la tarde, pero, por alguna razón, aquí parece más tarde. Quizá sea el aire tropical.

—Porque Max se levantará pronto —dice Carlos a la puerta—. Y querrá verte.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral.Tengo un recuerdo del mito en mi mente, el oscuro desconocido que vino a mi casa anoche y me robó, tal como mi madre dijo que haría.La culpa vuelve a aparecer. Nunca le creí.

Debería haberlo hecho.

El rey de nunca jamás y los niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora