Checo Pérez
Una hora después de que Cherry me deje, Charles viene a mi habitación y me desencadena.
Hoy lleva camisa, para mi decepción. Varias partes de tinta negra sobresalen del cuello de su camisa.
—Si prometes quedarte cerca —dice— te dejaré sin cadenas.
Le dirijo una mirada inocente.
—Peter Pan ya me advirtió que no hay ningún sitio al que ir.
Asiente con la cabeza.
—Voy a usar el baño —digo.
—Esperaré. Quería hablar contigo.
Cuando la puerta del baño se cierra tras de mí, me dirijo al tocador y me miro en el espejo.
Tengo el mismo aspecto: piel trigueña pero pálida, grandes ojos cafés, pecas adornando mi rostro, pelo oscuro.
Me veo igual, pero no me siento igual.
Alargo la mano y toco el cristal patinado. Está frío bajo mi tacto y un pequeño destello de alivio me calienta las entrañas.
Voy al baño y me echo agua fría en la cara.
Cuando vuelvo a salir, Charles está en el respaldo, con el codo apoyado en el brazo y la mano enroscada en su fuerte mandíbula.
Algo le preocupa. Puedo sentirlo.
Conozco la ansiedad. Esa sensación de que tu interior quiere arrastrarse hacia el exterior y estallar en llamas. O al menos así es para mí.
Me siento en el extremo de la cama.
—¿Qué pasa?
Puede que sólo lleve dos días cautivo, pero Charles ya se siente seguro y cómodo.
Creo que es porque anoche tuvo una oportunidad muy clara de follarme y no lo hizo. Realmente es el más simpático.
—Mi hermano me contó lo de anoche —dice.
—Ahh, sí.
—Lamento que haya hecho eso.
—No lo hagas.
Me frunce el ceño.
—Me gusta el sexo, Charlie. No me da miedo.
Se sienta hacia delante y junta las manos.
—Fuiste secuestrado y encadenado a una cama.
—Lo que lo hace mucho más agradable —Le sonrío dulcemente.
Suspira.
Charles no sabe que estar encadenado a una cama es lo menos que he sufrido. Me subo el cuello del jersey para que no vea mis cicatrices.
—Se supone que no debemos tocar a las Darling —dice, su voz adquiriendo un tono más duro—. Calos lo sabe y de todos modos rompió la regla porque es un imbécil arrogante y egoísta.
—Oh, justo mi tipo.
El oscuro ceño de Charles se frunce.
Me río y él por fin capta la broma.
—Muy bien. Muy bien. Me alegro de que te lo tomes tan bien.
Si me hubiera visto tomarla anoche. Dioses, me gustó ver a Max. Me había gustado más de lo que probablemente debería.
El recuerdo, aún tan vívido, vuelve a mí y el calor se hunde en mi polla. De repente tengo hambre de algo que no va en mi barriga. La piel de gallina me sube por los brazos y me froto la mano por el jersey, tratando de ahuyentar el excitado frío.
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El rey de nunca jamás y los niños perdidos
FanficCuando el reloj marque las 12, un mito vendrá por mi. Todas vuelven, pero regresan rotas. No hay nadie que se salve de el. No importa que tanto huyas, el encontrará la manera. Mi loca madre no se atreve a decir su nombre, pero en las noches tiene pe...