Capítulo 41

499 63 3
                                    

Max Verstappen (Peter Pan)

Los cuates se ríen y no pueden parar.

—Lanzaste a ese hijo de puta a las nubes —dice Carlos. Charles se limpia las lágrimas de la cara mientras la brisa del mar le da un golpe en el pelo.

—¿Lo viste dando vueltas todo el camino hacia abajo?

El Niño Perdido en cuestión, el que metí a la honda gigante y lancé al cielo, está subiendo a duras penas por la playa, con la ropa empapada y colgando de su escuálido cuerpo como el musgo de un árbol.

También está borracho. Todos estamos borrachos.

Necesitaba esto más de lo que creía.—Ha sido divertido —dice el Niño Perdido y me sonríe.

Se apresura a subir a la hoguera donde el resto de los Niños Perdidos están bebiendo, jugando a las cartas y coqueteando con las chicas del pueblo.

Carlos, Charles y yo hemos estado notablemente ausentes de la hoguera.Inevitablemente, las chicas nos rodearán y tendremos que rechazarlas y no quiero que me arruinen el buen momento.

Busco a mi chico entre la multitud, pero el también está ausente.

—¿Dónde está nuestro Niño bonito? —pregunto a los cuates.

Carlos me entrega una botella de ron recién descorchada.

—Creo que lo vi entrar en la casa hace un rato.

Las ganas de ir hacia el son casi insoportables.Pero hay algo que tengo que decirles a los cuates mientras los tengo a solas. Doy un largo trago a la botella ámbar y se la paso a uno de ellos.

—¿Qué te ofreció tu hermano?

Se miran el uno al otro y puedo oír el tintineo de las campanas por encima del estruendo del océano.

—No, hijos de puta. Háblenme a la cara.

Carlos suspira.

—De una manera vaga, nos ofreció recuperar nuestras alas y la posibilidad de ser bienvenidos de nuevo a la corte si nos poníamos de su lado o le dábamos algo que pudiera usar contra ti.

Puede que Arthur sea joven en comparación conmigo, pero tengo que reconocer que sabe cómo motivar a sus hermanos. Puede que finjan que el destierro no es más que un recuerdo lejano, pero yo sé que es una astilla clavada en lo más profundo de su piel.

Este asunto con Arthur, perder sus alas, dejar su casa, es un asunto sin resolver, y cuanto más lo ignoren, peor será.

—No tengo el poder de conseguirles sus alas directamente —digo— pero si tengo mi sombra, tendré el poder de ayudarte a dar un golpe de estado si es lo que quieres.

Fingen que solo están considerando esta oferta, pero no son estúpidos. Esta fue siempre la forma en que sucedería. Creo que de alguna manera siempre supe que eventualmente terminarían en el trono.

Tal vez por eso los acogícuando fueron desterrados.

Siempre tuvieron algún valor para mí, pero ahora he llegado a verlos como hermanos.

Los pequeños hermanos imbéciles, en todo caso.

El tintineo de las campanas marca la noche. Esta vez los dejo tener su conversación secreta.

—Muy bien —dice finalmente Charles— Considera esto nuestra palabra oficial. Estaremos a tu lado si nos ayudas a recuperar nuestras alas y la corte.

El rey de nunca jamás y los niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora