Sergio Pérez
El dolor se hunde profundamente. Es peor que el dolor constante y sordo con el que he vivido casi toda mi vida. Peor que las cuchillas que grabaron por una falsa magia en mi piel.
Este dolor está por todas partes. Se siente como si Arthur estuviera tocando mi alma con garras y fuego. Desgarrando el tejido mismo de lo que soy y de lo que me rodea.
No puedo moverme, me duele mucho. Sólo hay una luz blanca y brillante y un dolor agudo.
Intento aguantar lo mejor que puedo.
Puedo hacerlo, intento decirme a mí mismo.
He soportado.
Pero no puedo.
No puedo hacerlo.
Quiero que se detenga.
Quiero escurrirme como un río, desaparecer en el horizonte.
Déjate llevar.
Peter Pan te necesita.
Los Niños Perdidos te necesitan.
La isla te necesita.
Nada de esto es mío, pero sin embargo siento que tengo el deber de salvarlo.
Aguanta. Aguanta.
Sólo un poco más.
No puedo estar seguro, pero creo que empiezo a temblar bajo las manos de Arthur. No siento las piernas y mis manos se agarran a los brazos de la silla.
Espera.
Aguanta.
Puede que estos brutales y despiadados chicos me hayan utilizado de la forma más vil posible, pero en ese momento, por fin me sentí libre.
Me sentí vivo.
Hay algo en Peter Pan y los Niños Perdidos que se siente como una liberación.
Puedo hacerlo.
Y es entonces, cuando una parte lejana de mí cede a ello, cuando decido aguantar por ellos y no a causa ellos, cuando algo encaja.
Y entonces la luz se corta y el dolor desaparece y me derrumbo en los brazos de Lewis.
—No más —dice. Su voz es un estruendo lejano sobre mí. Tengo la clara sensación de ser levantada en el aire, acunado contra un pecho sólido.
—Lewis. —La voz de Max suena con autoridad.
—No. No vamos a hacer más esto. —Lewis se aleja.
—No había terminado —dice Arthur.
—Estoy diciendo que has terminado. —Sigue caminando, sus pasos pesan en el suelo de madera.
—¿A dónde lo llevas? —Un golpe, luego— Lewis, por el amor de Dios.
Una puerta se abre y se cierra de golpe. Un cerrojo encaja en su sitio.
—¡Lewis!
—¿Pérez? —La voz de Lewis es ronca por encima de mí—. ¿Sigues conmigo?
Mi respuesta es espesa y confusa.—Creo que sí.
Me acuesta en una cama. La habitación es oscura y cálida, y huele a él, a noches oscuras de verano y a ámbar triturado.
Empieza a alejarse, pero le cojo un puñado de la camisa. —No te vayas.
Hay un segundo en el que parece que se irá de todos modos. Después de todo, creo que me odia, lo que no explica por qué estoy actualmente en su cama, por qué desafiaría a Peter Pan.
—Hazte a un lado —me dice finalmente y, aunque me duele el cuerpo, hago lo que me dice.
La cama se hunde bajo su peso y entonces me toma en sus brazos, me acuesta contra él.
Con el oído pegado a su pecho, oigo el constante latido de su corazón.
Nunca me he sentido tan seguro como en este momento y no sé cómo sentirme al respecto.
Me dan ganas de sollozar.
—¿Por qué lo hiciste? —pregunto, con la voz entrecortada.
—Deja de hacer preguntas y descansa —dice.
—¿Por qué, Lewis?
Su brazo me rodea, con sus dedos seguros en mi cintura.
—Porque me apetecía, y porque podía.
—Eso no es una respuesta.
Suspira.
—De donde yo vengo, a las niños como tú los quiebran todos los días sin otra razón que verlos romperse. Y estoy jodidamente harto de ello.
Su aliento es cálido contra mi cráneo palpitante.
—Soy más fuerte de lo que crees —le digo.
—Incluso el poderoso roble cree que es fuerte hasta que llega un hombre con un hacha para cortarlo.
—¿Eres tú entonces? ¿Tienes un hacha?
—Todos los hombres nacen con un hacha en las manos, Niño. Para tomar la medida de un hombre, sólo tienes que prestar atención a cómo la empuña.
Suspiro contra él.
—Ahora descansa. —
Su mano se acerca a mi sien y el calor se extiende bajo su contacto. En cuestión de segundos, estoy inconsciente.
ESTÁS LEYENDO
El rey de nunca jamás y los niños perdidos
Fiksi PenggemarCuando el reloj marque las 12, un mito vendrá por mi. Todas vuelven, pero regresan rotas. No hay nadie que se salve de el. No importa que tanto huyas, el encontrará la manera. Mi loca madre no se atreve a decir su nombre, pero en las noches tiene pe...