Capítulo 2

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Max Verstappen (Peter Pan)

Tardo el doble en volver al País de Nunca Jamás y a la casa del árbol con un apenas adulto echado al hombro.

Es ligero como una pluma. Sus huesos de las costillas son lo suficientemente afilados como para doler.

Este Darling no está bien.

Tal vez sus grietas en forma de telas de araña signifiquen que será más fácil abrirlo.

No es el hecho de llevarlo lo que hace más difícil el viaje, sino el cambio entre dos mundos y mi magia escasa.

Me queda muy poco.

Este tiene que ser el elegido.

No sé qué pasará si no lo es.

Yo soy esta isla. No sobrevivirá sin mí.

Cuando entro por las puertas abiertas de la casa, los Niños Perdidos están esperando. He perdido la cuenta de cuántos son ahora y nunca puedo recordar la mitad de sus nombres, pero los que importan me estarán esperando en el desván bajo el dosel del Árbol de Nunca Jamás.

Subo al chico por la amplia escalera, con la mano en la barandilla tallada para mantenerme en pie.

Los faroles de hierro forjado parpadean en sus ganchos.

Estoy tan jodidamente cansado.

Al entrar en el desván, encuentro a Lewis en el bar y a los cuates en el pasillo.

Las hojas bajan flotando de las ramas del Árbol de Nunca Jamás.

Cada día es más delgado. El árbol se está muriendo. Las pequeñas hadas brillan con un color amarillo intenso entre las hojas que quedan y siempre que veo ese brillo, me recuerda a Tink y me hace enfadar de nuevo.

—¿La habitación está lista? —Les pregunto a los chicos.

Charles asiente, examinando al chico, sus brazos colgando sin fuerza detrás de mí.

Los cuates me siguen por el pasillo hasta el dormitorio de invitados.

Lewis no viene. A Lewis sólo le interesa hacer llorar a los Darling.

Hay una linterna encendida en una mesa junto a la ventana y ésta está abierta para que entre la brisa del mar.

Pongo al muchacho en la cama. El marco de la cama no parece notarlo.

Carlos cierra el brazalete de metal alrededor de su muñeca, el que está unido a una cadena atornillada a la pared.

Me desplomo en el sillón y saco del bolsillo la caja de acero de los cigarrillos, encendiendo uno con el mechero. La llama baila en la oscuridad. Inhalo, la llama sigue la corriente y el tabaco crepita mientras arde. Cuando el humo llena mis pulmones, me siento infinitamente mejor.

—¿Cómo era ella? —Charles pregunta. Si alguno de nosotros tiene un corazón sangrante, es Charles.

—Más terca de lo que me gustaría.

Carlos está apoyado en la pared justo dentro de la puerta y la luz del pasillo lo perfila en un dorado parpadeo.

—¿Qué pasa con Mary?

El aire del mar se vuelve frío.

Recuesto mi cabeza contra la silla.  —Tan loca como la dejamos.

El cigarrillo se quema hasta el final. Cierro los ojos mientras el sol alcanza la línea del horizonte. Cuanto más se acerca, más lejos se siente la magia.

No soy nada a la luz del día.Nada más que cenizas.

—Vigílalo —ordeno mientras me levanto y me dirijo a la puerta.— Pero no lo toques.

—Conocemos las reglas —dice Carlos, un poco molesto por que le digan lo que tiene que hacer.

Pero a Carlos siempre le han gustado las cosas bonitas y este es más bonito que el resto.

—No te tires a los Darlings —digo, sólo para asegurarme de que me oye.

Es la única regla que tenemos.

No follamos con Darlings porque follar con Darlings es lo que nos ha metido en este lío. No cogemos Darlings. Sólo las o los rompemos.

El rey de nunca jamás y los niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora