Capítulo 7

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Sergio Pérez

No puedo respirar.

No estoy hecho para correr.

La arena es irregular bajo mis pies y hace que cada paso sea el doble de duro de lo que debería ser.

Las lágrimas caen por mi cara. Odio el maldito llanto.

No lloro.

¿Hasta dónde debería correr?¿Por qué huyo?¿No me han advertido una y otra vez que no corra?Vuelve el pánico y esta vez, creo que soy yo.

Puede que esta sea una situación difícil de la que no pueda negociar mi salida. Hay un acantilado en la distancia rodeado por el brillo de la luz de la luna. La niebla de las olas del océano brilla en el devorador aire nocturno.

De repente, Peter Pan está delante de mí y el terror me roba el aire de los pulmones.

Me detengo de golpe antes de chocar con él. Me atrapa con facilidad y me agarra con fuerza de los brazos.

—¿Qué carajos te dije, Darling? —Su voz tiene un tono de rabia.

—No sé... estaba... —No puedo recuperar el aliento. No sé qué está pasando—. Tenía miedo —admito, aunque no recuerdo haber tenido miedo.

De repente, sólo estaba, como cuando me desperté por primera vez en la casa y Lewis entró en la habitación. Durante una fracción de segundo, Max se ablanda. Lo noto en el desvanecimiento de la tensión en su cuerpo.

—Ese era Lewis—dice.—Tiene la habilidad de hacer que la gente sienta terror.

—Él... ¿qué?

—Si te sirve de consuelo, no lo decía en serio.

Me río y, por una fracción de segundo, oigo a mi madre en mi voz. La locura se desborda.

—No es —digo—un consuelo.—Me quito una lágrima que se desliza por mi mejilla—. ¿Es como... magia o algo así?

—O algo así. Vamos —Hace un gesto hacia la casa.

—Quiero ir a casa.

—¿Por qué?

—Porque... porque todos ustedes son unos imbéciles.

—¿Y?

—Y... y no quiero que me rompan.

La emoción cruda se filtra a través de mi voz. No era mi intención mostrarla, pero salió de todos modos y ahora no puedo retractarme. Verstappen frunce el ceño y me mira.

—El grado de ruptura depende totalmente de ti —dice—. Cuanto más te resistas, más difícil será.

Resoplo.

—Sí. No hay manera fácil. Lo recuerdo.

Me tiende la mano de nuevo. Me alejo.

—Darling —dice—. Te echaré al hombro y te llevaré de vuelta si es necesario.

—¿Cuándo podré ir a casa?—Tan pronto como sepa si puedes ayudarme o no.

El viento se levanta y las olas chocan contra la orilla, así que tengo que gritar a Max para asegurarme de que me oye.

—¿Y cuándo seria eso?

—¿Siempre haces tantas malditas preguntas?

—¡Cuando me secuestran, sí!

—Cristo. —Se pasa la mano por el pelo y se da la vuelta—. Estoy empezando a pensar que esto es una maldición.

—Sólo dime...

El rey de nunca jamás y los niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora