Capítulo 42

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Sergio Pérez

Estamos todos en el desván esperando que el Rey de Nunca Jamás se despierte. 

Esta noche es la noche en que irá al territorio de Garfio y buscará su sombra. Todos parecen estar seguros de que lo encontrará. 

Lewis está sentado en la esquina del sofá leyendo un libro. Mi cabeza está en su regazo y yo estoy estirado a lo largo del sofá con Carlos acurrucado entre mis muslos. 

Respira profundamente mi aroma y sus ojos se ponen en blanco. 

—Hueles tan bien, cielo —dice—. ¿Te importa si pruebo? 

—Estoy lleno del semen de Lewis —digo— Pero adelante. 

—Por el amor de Dios —dice Lewis quejándose. 

Por fin ha cedido ante mí, pero aún no está del todo contento, lo que me hace doblemente feliz. 

—Tengo hambre —dice Carlos— pero no tanta. —Se vuelve a echar entre mis piernas y le paso los dedos por su pelo oscuro y sedoso. 

Al otro lado de la habitación, Charles está en uno de los sillones de cuero, con las piernas apoyadas en el brazo mientras intenta resolver uno de esos pequeños rompecabezas de madera. Tiene el ceño fruncido y su concentración es inquebrantable. 

¿Podría ser esta mi vida a partir de ahora? ¿Simplemente holgazanear en la playa y follar con cualquiera de ellos cuando me apetezca? Dejando que Carlos me cocine la comida mientras Charles me cuenta un cuento y Lewis medite a mi lado mientras Max Verstappen fuma un cigarrillo y se ve más sexy de lo que cualquier hombre tiene derecho a verse. 

—Lo tengo —dice Charles y levanta el rompecabezas de madera reensamblado, luciendo complacido consigo mismo. 

—Bien hecho, hermano —dice Carlos mientras engancha su brazo alrededor de mi muslo— Has resuelto un juguete para niños. 

—Oh, cierra la boca —dice Charles. 

—Los dos cierren la boca. 

El Rey de Nunca Jamás ha despertado.

Levanto la vista del regazo de Lewis y Max se encuentra con mi mirada y la arruga de su entrecejo se suaviza cuando asimila nuestra visión relajada, como si hubiera estado llevando la tensión entre Lewis y yo en ese espacio entre sus ojos. 

No sé por qué, pero su alivio al ver que todos nos llevamos bien me hace sentir algo en el fondo de mi pecho que casi parece calor. 

—Levántense todos —dice— Tenemos que ir a un sitio. 

—¿Yo también? —pregunto. 

—Te quedarás cerca pero fuera de la vista con los cuates. No te dejaré aquí solo para que Ocon envíe a sus hombres a robarte. 

—¿Carlos hizo café? —pregunta Max. 

—Sí —respondo. 

—Ustedes dos vengan conmigo —Se dirige a la cocina. 

Me levanto. Lewis cierra su libro y lo deja a un lado y se levanta a mi lado.

 Entonces me empuja hacia la cocina. Max está en el mostrador llenando una taza de arcilla con café caliente. El vapor sale de la olla. 

—Dime cómo estás —dice, pero no aclara a quién se refiere. 

Lewis apoya la espalda en el borde del mostrador y cruza los brazos sobre el pecho. 

—Estoy bien —respondo— Mejor que bien. 

Con taza en mano, Max se vuelve hacia mí. Sus ojos se dirigen a mi garganta y luego recorren mi cuerpo como si buscara mentiras. Cuando parece satisfecho con lo que encuentra, se dirige a Lewis. 

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⏰ Última actualización: Apr 18 ⏰

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El rey de nunca jamás y los niños perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora