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[Noviembre de 1978]

Línea original.

Eddie se despertó exaltado en su habitación pues había tenido una terrible pesadilla y eso era lo que más odiaba en el mundo.

Estaba sentado a mitad de su cama cuando observó que sus manos temblaban y estaban frías. El clima en el exterior era gélido y en conjunto con el terror que sentía a mitad de la pesadilla, lo habían hecho mojar el colchón.

Se puso de pie, descalzo sobre la alfombra, y se tocó los pantalones para darse cuenta de que estaba completamente empapado. Al igual que las cobijas y todo el juego de cama.

Orinarse en la cama le parecía una cosa ridícula a sus ocho años, que eso era cosa de bebés y que tenía la suficiente madurez como para tener control de sus esfínteres, pero su cuerpo le decía otra cosa. No podía controlarlo mientras estaba dormido, menos a mitad de una pesadilla.

Abrió lentamente la puerta de su habitación que daba directamente a la cocina. Vio a su padre leyendo el periódico y a su madre de espaldas en la cocina. Miró su reloj de pulsera y se dio cuenta de que debía apresurarse si quería alcanzar a ducharse y desayunar antes de ir al colegio, aunque antes debía limpiar su desastre sin ser visto.

Salió en completo silencio de la habitación y caminó por el pasillo hacia el armario del fondo. sacar sábanas limpias y reponerlas para simular que ningún accidente matutino sucedió.

Miraba constantemente en dirección a sus padres para asegurarse de pasar desapercibido, pero el destino le jugó una mala pasada. Chocó con una mesita del pasillo y tiró al piso un hermoso florero blanco que era de su madre. El objeto hizo tal ruido al hacerse añicos que los dos que estaban en la cocina voltearon asombrados a ver a su pequeño hijo en pijamas.

—¿Te encuentras bien? —el hombre se puso de pie.

Eddie miró el jarrón roto en el suelo, luego los ojos asustados de su padre, a su madre al fondo y recordó que tenía su cama y sus pantalones orinados.

—Es que... yo... solo... yo...—balbuceó antes de cubrirse los ojos y comenzar a llorar.

—Eddie, no llores—su padre se arrodillo junto a él y trató de quitarle las manos del rostro—. Todo está bien —le susurró.

—Es que... las pesadillas... yo quería—sollozaba en cada dos palabras que decía. Su pequeño pecho subía y bajaba al mismo tiempo que sus mejillas se ruborizaban más y más.

Sus padres no eran estrictos con él, pero era un niño en extremo vergonzoso y le gustaba hacer las cosas bien. Orinar la cama no estaba dentro de su orden establecido. Tampoco romper objetos de su casa a las seis de la mañana.

La mujer que veía todo desde la distancia se acercó a ellos para tocarle el hombro a su esposo y que la dejara a cargo de la situación.

—Ven acá —le dijo al niño. Lo tomó en brazos y Eddie rodeó su cintura con sus piernas.

Su madre se había acostumbrado a cargarlo así desde siempre y no le importó sentir su cintura húmeda al entrar en contacto con el pijama del niño. Se sentó en el comedor y le acarició con gentileza el cabello.

—¿Tuviste una mala noche? —susurró y Eddie asintió, llorando en su regazo—. Es normal sentirnos mal, cielo.

—Pero no soy un bebé —masculló sin despegar el rostro del cuello de su madre.

—Lo sé —ella miró a su esposo—, pero no tenemos control de algunas cosas en nuestra vida —lo tomó del rostro y lo alejó para mirar sus cristalizados ojos—. Está bien hacer las cosas mal algunas veces, Eddie. No somos perfectos.

El tiempo que nos queda ﹝+18﹞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora