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[Agosto de 1992]

El reloj parece correr cuando no lo estamos mirando. En el momento en el que nos detenemos a observarlo, él también lo hace. El tiempo es como un viajero inquieto que pasa más lento ante los ojos de quién lo observa y rápido para quien no le presta atención.

El mes de agosto había llegado a Underford.

Charlie estaba en la cafetería, terminando su turno, y Eddie la acompañaba. Un par de personas habían almorzado ahí temprano, pero después del mediodía había estado completamente vacío.

El sonido del ventilador del techo era lo único que los envolvía cuando Eddie tenía sobre el mostrador aquel extraño reloj que había encontrado el 4 de julio y que desde entonces cargaba con él; a su vez, también tenía un diario de trabajo en el que hacía un pequeño esquema que Charlie intentaba descifrar mientras limpia la barra por quinta vez en el día, por mero aburrimiento.

—Creo que ya encontré la falla del cableado —le explicó él.

—¿Ah sí? —se recargó a su lado, poniendo la barbilla sobre su hombro.

—El problema principal está muy cerca de aquí —extendió un mapa frente a ella y señalo un círculo rojo marcando un punto a orilla de carretera—. Si estoy en lo correcto, podré arreglarlo antes de lo previsto.

Eddie se había tomado la molestia de ir a una tienda local a comprar un mapa del pueblo para marcar las casas y los postes que habían sido afectados, aunque estuvieran lejos de ahí y así fue como logró establecer un perímetro en ese mapa y focalizar el problema en un área cerca de la cafetería.

Charlie levantó la vista del mapa y luego lo miró a él, un tanto desilusionada. Sabía que él tenía los días contados para terminar ese trabajo y ella también los tenía para evitar el accidente.

Eddie quería terminar cuanto antes su trabajo para irse del pueblo, al menos por un tiempo, mientras metía presión a la central para su cambio permanente de residencia.

Ella no quería que Eddie se fuera ni tampoco quería perderlo para siempre. Ninguna opción le parecía viable.

Al mirarla, Eddie notó cierta tristeza en sus ojos y volvió a doblar el mapa para guardarlo.

—¿Qué ocurre? —inquirió.

—No quiero perderte —susurró apenas.

—No me perderás, cariño —le sonrió al pasar un brazo por sus hombros—. Tal vez me vaya unos días, pero no me perderás. Siempre estaré contigo —se acercó a besarla, pero notó que no respondió al gesto.

—No quiero perderte —repitió, negando con la cabeza—. No entiendo por qué no quieres dejar ese trabajo. Ya te dije que es demasiado riesgoso.

—Podría trabajar en otras cosas más riesgosas —le sonrió a medias—. Pude ser policía, vendedor de drogas o incluso un secuestrador; pero sólo trabajo reparando cableado eléctrico. Esto es lo que me gusta hacer. Además, ¿en qué más podría trabajar? Ni siquiera terminé la preparatoria.

—Podrías trabajar aquí —señaló el mostrador.

Eddie rio por lo bajo y negó con la cabeza.

—Esto no es para mí. No digo que sea un mal trabajo, pero no me veo haciendo esto ni tampoco con un trabajo conseguido por alguien más. Quiero trabajar en algo que me guste y que haya obtenido por mí mismo.

—Es inútil tratar de hacer que cambies de opinión ¿Cierto? —dio por concluida la conversación con un suave golpe sobre la barra y se dio media vuelta, pero él la detuvo de un brazo.

El tiempo que nos queda ﹝+18﹞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora