00:25

46 8 17
                                    

[En algún momento]

—Pero para eso se necesitaban a dos sujetos de prueba en el mismo lugar, al mismo momento, aunque en épocas diferentes.

—Y así sucedió, Frank. Hicimos historia y ni siquiera te has dado cuenta —la doctora Pearson se puso de pie y se paró frente a la gran ventana de la sala, esa que no tenía protecciones de metal, sólo un amplio vidrio cuadrado de casi dos metros que le permitía ver el espeso bosque junto a su casa.

—Jamás voy a terminar de comprenderla —masculló el muchacho.

—No es necesario que lo hagas —respondió con voz neutra y serena.

—Dejé a mi familia por venir a ayudarla. He violado varias leyes federales con tal de que Chronos funcione correctamente y a usted no parece importarle.

—¿Dejaste a tu familia por mí? —unió las manos en su espalda y le sonrió al cristal— Ni siquiera tenías una familia Frank, tus padres fueron llevados a prisión y tú terminarías en un hospicio. Te hice un favor al traerte a casa.

—Fui su acto de buena fe ¿No? —se acercó más a ella al ver que no lograba hacer que lo mirara.

—Fuiste mi alumno y pude notar que tienes una mente brillante, te necesitaba conmigo y tú ocupabas quién se hiciera cargo de ti. Fue un trato justo.

—Y así fue como se consiguió su nueva mascota ¿Cierto?

—Un perro se habría quejado menos que tú —se giró y caminó fuera de la sala.

El chico buscó a toda costa el provocarla para sacarle la información que quería, pero no lo logró. La actitud de Pearson era algo casi inquebrantable. Era una mujer que solía mantener la calma aun cuando la provocaran de muchas formas, tal cual como sucedió ese día que le habían quitado su título profesional y los habían enviado a casa para desmantelar Chronos para siempre.

Ella podía ser estricta con él, pero le tenía bastante cariño. Aunque su carácter no ayudara mucho. Por ello cuando el chico se durmió, molesto sobre el sofá a tal punto de no querer usar una de las habitaciones, Pearson buscó una manta en su habitación y lo arropó antes de ir a su despacho.

Era pasada de medianoche, estaba agotada, pero se sentía bien con su cometido.

Sirvió dos vasos de licor con un poco de hielo, salió al balcón del segundo piso y puso las bebidas en una mesita para sentarse en una de las sillas.

—¿Fumas? —ofreció una cajetilla de cigarrillos.

—No.

—Ya aprendiste la lección, cariño —ella sonrió con el cigarro sostenido con sus dientes cuando su rostro se iluminó con el fuego. Dio una fuerte calada y soltó el humo hacia el cielo.

La luna estaba en su máximo esplendor y los iluminaba por completo.

—¿A qué has venido?

—Necesito respuestas.

—¿Crees que yo las tengo?

—Creí que sí.

Ella sonrió con ironía y volvió la vista al frente. Le parecía bastante ingenuo.

—Tengo cáncer —confesó él.

—Lo sé, Eddie.

Se formó un silencio en medio de ambos.

—Deberías ir con ella—habló Pearson.

—Ni siquiera la conozco aún.

—Entonces hazlo, no sé qué haces aquí conmigo —tomó el vaso de cristal y dio un gran trago.

El tiempo que nos queda ﹝+18﹞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora