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[Junio de 2025]

Después de que encontraran el cuerpo sin vida de su madre en la carretera, el mundo de Michael se vino abajo rápidamente. Había pasado sus últimos días en una silla de la comisaría de Underford, mientras la policía seguía sin entregarle el cuerpo. Su esposa seguía hospitalizada y su hijo desaparecido.

Lo único que lo mantenía de pie eran los vasos de café que se tomaba cada hora y la esperanza de encontrar a Tommy. Sabía que él era un niño astuto y que, si estaba perdido, encontraría la manera de sobrevivir, justo como él lo había hecho también.

—Señor, hemos encontrado al niño —le anunció de pronto uno de los oficiales.

La noticia que tanto había estado esperando, finalmente estaba ante él y por un momento dudó de que si lo que escuchó era real o no.

—Lo encontraron, señor —el hombre le tocó el brazo al no recibir respuesta.

Michael tensó los hombros al instante y sujetó con fuerza el vaso de café en sus manos. Tenía miedo. Tenía terror de que le dieran otra de esas malas noticias que estaban volviendo parte de su vida.

Levantó lentamente la vista hacia el oficial y con voz temblorosa preguntó:

—¿Está vivo?

—Sí, señor. El niño está vivo.

El alma de Michael dio un suspiro y corrió sin dudarlo detrás del oficial.

Salieron del pueblo en dirección al bosque nuevamente y condujeron en un vehículo de la policía hasta donde estaba la torre de vigilancia.

El lugar donde todo había iniciado.

Ya era de noche y había mucho movimiento de personas, oficiales recorriendo el lugar con linternas en mano y al fondo una ambulancia con las puertas traseras abiertas donde en su interior se veía al pequeño niño siendo atendido por los paramédicos.

—¡Tommy! —gritó en un llanto de desesperación.

Esta vez nadie lo detuvo. Michael corrió hasta la ambulancia para encontrarse con su hijo con ropa sucia, unos raspones en la mejilla y una mirada tan perdida que no se inmutó ante el llamado de su padre.

—¡Tommy! —Michael quitó a todos de su camino en el pequeño espacio junto a la camilla—. Mi amor, aquí estoy. Soy papá —trató de hablar lo mejor que su llanto se lo permitió, pero el niño siguió sin hacerle caso.

—Se encuentra en estado de shock —explicó un hombre.

Michael se sentó al lado del niño y tomó una de sus manos.

Él ni siquiera volteaba a mirarlo, solo respiraba agitado con los ojos desenfocados hacia el frente.

El hombre comenzó a tener recuerdos, que parecían pesadillas. Treinta años atrás él estaba en la misma situación, acababa de ser encontrado en el bosque después de pasar días ahí perdido y de ver morir a sus padres. Al menos Tommy los tenía aún a ellos.

—Debemos llevarlo a un hospital —continuó el paramédico—. Debemos hacerle exámenes para descartar todo tipo de problemas y para que la policía pueda tomar su declaración.

—¡No! —Michael negó rotundamente con la cabeza—. Nada de declaraciones. Le harán los estudios, pero no quiero a los malditos oficiales de policía cerca de mi familia por un tiempo.

—Señor...

—¡He dicho que no! —se puso de pie—. Lo que menos necesita mi hijo en estos momentos es que lo estén agobiando más con sus preguntas inútiles.

El tiempo que nos queda ﹝+18﹞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora