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[04 de Julio de 1992]

De las diferentes fuerzas que gobiernan el universo, la de atracción es la más fuerte. Cuando deseamos algo con tantas ganas, los engranajes del cosmos se mueven de lugar para colocar las piezas en su lugar, en el momento correcto.

La mayoría del tiempo, esas piezas, somos nosotros mismos.

—No creo que alcancemos a llegar al pueblo antes del espectáculo de fuegos artificiales —suspiró Eddie.

—Sé de un lugar en el que podríamos verlos —él asintió en espera de una explicación, pero sólo dejó que él lo descubriera por sí mismo—. Confía en mí —le susurró, buscando su mano con la suya para entrelazarlas.

Eddie miró atento aquella unión y mostró lentamente una sonrisa.

—Confío ciegamente en ti, Charlie.

Así fue como se vieron saliendo la cafetería y se dirigieron bosque adentro hacia ese lugar que era tan importante para Charlie. Era su lugar seguro, su lugar mágico y ahora quería compartir su pequeño secreto confortable con él.

Él se mantenía siguiendo sus pasos entre el abismal bosque nocturno, buscando con sus ojos la luz de la luna para ubicarse mejor entre los árboles, pero era inaccesible. Una espesa capa de nubes grises la cubrían y la preocupación de Charlie no era ver el camino, conocía a la perfección esa parte del bosque. Su inquietud era que los fuegos artificiales no se vieran bien, pero debían intentarlo. La primera vez no había nubes, el cielo estaba despejado.

Eran esos pequeños detalles que le hacían pensar a Charlie que algo había cambiado. Eran indicios de que algunas piezas no estaban acomodadas en su lugar de origen.

Al llegar al claro del bosque vieron cabina de vigilancia que estaba a unos cuatro metros de altura del suelo. La estructura de la base y la habitación en la cima era de madera pura de roble. Debían subir una escalera a un costado para llegar allá y Eddie suspiro al ver todo lo que debían de escalar.

—Tendremos la mejor vista —le aseguró para animarlo. Soltó su mano solo para sujetarse de la escalera y avanzar hacia arriba.

Él la imitó y cuando entraron, sus ojos castaños se iluminaron al tener tantas cosas por explorar.

Era un lugar pequeño, pero en él había una mesita delgada con documentos, los cuáles Charlie siempre creyó que pertenecían al guardabosques que trabajaba ahí en la década de los sesenta. Al igual que creía que el colchón sobre el suelo era del mismo hombre.

—¿Qué es este lugar? —Eddie se acercó a la mesa y recorrió los documentos con su vista.

—Es una cabina de vigilancia, nadie suele visitarla.

—Eso significa que si decides asesinarme en este momento nadie encontraría mi cadáver —habló con sorna.

—No es precisamente lo que tenía en mente hacer contigo esta noche.

La mirada de Eddie la buscó de soslayo y esbozó una sonrisa de lado al volver la vista a la mesa.

—No sería fácil cargar mi cuerpo hasta el suelo —le siguió la corriente.

—Con un empujón llegas de manera inmediata.

Eddie se agachó y abrió uno de los cajones para curiosear más de cerca.

—Debo suponer entonces, que ya tienes planeado cómo asesinarme —concluyó.

—Debes suponer que he paneado esta noche por un largo tiempo...

Charlie estaba encendiendo una lámpara de gas y colgándola de un gancho en las vigas del techo cuando él se quedó estático, en cuclillas, frente al cajón que acababa de abrir.

El tiempo que nos queda ﹝+18﹞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora