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[10 de Julio de 1992]

Cada acción tiene un consecuencia, es una ley natural, pero no estamos conscientes de ello porque en algunas ocasiones no sucede de manera inmediata y lo olvidamos, pero tarde o temprano somos alcanzados por la repercusión de nuestros actos. Muchas veces sucede en el momento que menos lo esperamos.

Eddie estaba atrasado con sus tareas. Después de la tormenta, los problemas eléctricos habían empeorado considerablemente. Parecía que lo que había avanzado era inútil y en los últimos días había tenido que entrar, incluso, a las casas de algunos residentes a realizar cambios de fusibles y cableado. Eso era algo que no le correspondía, pero estaba muy interesado en descubrir el origen del problema. Habían dos opciones: o el cableado era realmente antaño o algo con muchísima energía estaba robando la de la electricidad del pueblo.

Charlie descansó ese día, así que para poder pasar un poco más de tiempo juntos, decidió acompañarlo mientras terminaba algunas cosas.

No fue la mejor opción.

Cuando él le pidió quedarse en el auto unos minutos y comenzó a ponerse un arnés de seguridad, ella empezó a temblar.

Lo vio subir por un poste de madera y manipular el cableado sin titubear.

Charlie no vio el accidente fatal con sus propios ojos en la línea original, pero se lo imaginó muchas veces y ver a Eddie frente a ella en ese momento se convirtió en una imagen borrosa con otra sobrepuesta de lo que sucedió el día que él murió. Eddie recibiendo la descarga, la energía eléctrica apoderándose de su cuerpo hasta que no pudo contenerla y salió de él en forma de pequeños rayos.

Ella se bajó del auto con el cuerpo temblando y se detuvo cerca de aquel poste, mirando hacia arriba cómo pendía el cuerpo de Eddie con un sistema de poleas y cuerdas.

—Baja de ahí, por favor —le pidió con voz cortada.

Él bajó su cabeza hasta mirarla y frunció el ceño por la luz del sol.

—¿Qué dijiste? No te entiendo por tanto viento silbando —colocó una mano en su oído de modo que la pudiera escuchar mejor.

—Baja de ahí, es peligroso —balbuceó un poco más fuerte.

—Esto es lo que hago a diario —sonrió, tranquilo.—¡No tienes idea de lo mortal que puede ser eso!—Sólo voy a revisar unas cosas y nos vamos ¿De acuerdo?

—¡No! —sin pensarlo, comenzó a llorar—. ¡Quiero que dejes este maldito trabajo! —lo señaló— Es muy peligroso y algo terrible te puede suceder ¡Baja ahora mismo, Edward Munson! —se llevó las manos a la frente y su llanto se mezcló con una hiperventilación.

Estaba entrando en un ataque de pánico.

—De acuerdo, de acuerdo... Bajaré ¿Está bien? —habló mientras descendía hasta ella.

Nunca imaginó que se pudiera poner en ese estado con tan solo verlo escalar un poste de luz. Él estaba bastante acostumbrado a hacerlo y llegó a pensar que a Charlie le parecería interesante verlo hacer su trabajo por primera vez, pero en cambio lloró con más fuerza y cuando lo vio tocar el suelo, lo abrazó para sollozar en su pecho.

—Estoy bien, cariño —le susurró Eddie—. Hago esto a diario desde hace años y soy muy precavido.

—No es suficiente ¡Nunca lo es! —lo miró a los ojos—. Cada día, cuando vienes a trabajar me quedo con la angustia de no saber si algo fatal te va a suceder y no me quedo tranquila hasta no ver que regresas sano y salvo a la cafetería.

Eddie quitó el cabello que ondeaba en su rostro y limpió sus lágrimas.

—Eso no lo sabía —susurró—. ¿Por eso no te vas a casa hasta que llego de trabajar?

El tiempo que nos queda ﹝+18﹞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora