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"El tiempo. Todo. Locura."

[14 de Junio de 1992]

¿Qué tanto puede hacer alguien por amor?

¿Hasta dónde se está dispuesto a llegar con tal de mantener con nosotros a nuestros seres amados?

Era algo que Charlie se preguntó muchas veces a lo largo de su vida y fue ella misma la encargada de demostrárselo.

Todo volvía al comienzo, el ciclo empezaba su curso nuevamente y mientras se ponía encima una chaqueta de mezclilla, miraba su cuerpo en el espejo como si se tratase de una ilusión. Era su antiguo cuerpo. Su cabello era oscuro y sedoso; podía delinear sus ojos fácilmente y abrochar sus zapatos ya no era un completo calvario.

Se sentía bien de estar de vuelta.

Cuando tomó las llaves, dispuesta a salir de casa, su abuela la interceptó desde el sofá de la salita con su amable y ronca voz.

—¿Podrías traerme unas galletas de chocolate cuando estés de regreso?

Charlie se detuvo en el marco de la puerta, formando una sonrisa para sí misma.

Ese día, la anciana cumplía 78 años. Le habían hecho una cena para celebrar y entre Charlie y su madre le habían horneado un pastel desde temprano.

En otro tiempo, le habría respondido que no la molestara y que no le llevaría nada de regreso a casa, pero ella sabía que no le quedaba mucho tiempo a su abuela, así que estaba dispuesta a complacer cada pequeño capricho suyo.

Era una de las ventajas de volver.

—Claro, abuela —se acercó a ella para darle un beso en la mejilla antes de irse.

Su madre también le gritó que tuviera cuidado desde la ventana de la cocina, pero ella solo agitó su mano con entusiasmo al subir al auto.

Salió de aquella casa blanca y grande que más bien era una granja a mitad de la nada, rodeada de bosque.

Tomó el largo camino hacia la cafetería sobre la carretera interestatal y rebuscó en la guantera del auto para sacar el viejo casete que escuchaba tanto durante esos años.

Conducía durante kilómetros entre arboledas de pinos y una carretera que solo se alumbraba con los faroles de su auto.

Estaba sobre las carreteras que llevaban lejos del condado de Underford. Su familia vivía tan lejos del pueblo como ella lo podía tolerar y la cafetería quedaba a medio camino de la casa al pueblo, lo cual significaba que también estaba a mitad de la nada.

Aunque esa noche era a lo que menos importancia le daba. Ella sujetaba el volante con fuerza y mantenía la mente perdida en algunos rincones de Oregón.

El reencuentro estaba cerca.

Llegó sin problemas a la cafetería que se encontraba en la línea de calle con un escueto letrero de "Diner & Motel" en la parte superior. Charlie le había dicho a su padre una decena de veces que ponerle un nombre le daría más originalidad, pero él nunca le dio importancia.

Cuando la chica entró al establecimiento, el sonido de la campanilla de la puerta hizo que su padre la mirara al instante y ella lo saludó con una sonrisa.

—Quedaron solo cinco dólares en la caja —dijo él, saliendo del mostrador.

—Yo me las arreglo. No creo que vengan muchos clientes —señaló a su alrededor con cierta sorna.

A pesar de ser un periodo vacacional, no tenían muchos clientes. La construcción de la nueva carretera estaba desviando a los pocos transeúntes que podían visitarlos y si alguien lo hacía, era porque realmente estaba perdido.

El tiempo que nos queda ﹝+18﹞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora