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[Enero de 2059]

«La espeluznante acción a distancia» era el término que Einstein utilizaba para llamar al entrelazamiento cuántico entre dos partículas; eso significaba que una vez que entraron en contacto una con la otra, estarían unidas de alguna manera para siempre, sin importar la distancia que las separe.

Quizá eso aplicaba en las personas también.

Quizá eso les sucedió a Eddie y a Charlie.

Una vez que se conocieron estarían conectados de alguna forma al otro, sin importar la distancia entre ellos o el hecho de que en algunas líneas temporales aún no se conocían.

Después de haber dormido con la compañía de Eddie y de recibir todo el medicamento vía intravenosa, Charlie despertó recuperada y con mejor ánimo que el día anterior.

Aunque aún se sentían extraños el uno con el otro, se esforzaron por llevarse mejor y enfrentar la situación sin que cualquier plática terminara en una discusión.

Se levantaron temprano y Charlie únicamente lo supo por el reloj que colgaba en la pared porque ahí, bajo tierra, era difícil saber si era de día o de noche.

Le seguía pareciendo ilógico que un simple reloj de pilas fuera el encargado de dictaminar algo tan importante como el tiempo.

Los dos chicos fueron hasta una pequeña cocina dentro del búnker y Charlie se ofreció a preparar el desayuno para los tres.

—¿Qué quieres desayunar? —preguntó mirando dentro del refrigerador.

—Huevos con tocino y panqueques —respondió Eddie, recargado en el lavaplatos.

—¿Por qué siempre pides lo mismo? En cualquiera de tus versiones, siempre quieres desayunar eso —negó con la cabeza, un tanto divertida.

—Era lo que siempre me preparaba mi madre —murmuró—. Ha sido mi desayuno favorito desde pequeño y todas las primeras veces que desayuno contigo me preparas lo mismo. No quisiera perder la tradición —sonrió.

Charlie no tenía idea de ese detalle. Había conocido tres versiones del amor de su vida y no terminaba de conocerlo por completo.

—Aunque... —Eddie abrió uno de los gabinetes—. No tenemos ni huevos ni tocino. Nos conformaremos con los panqueques y leche de avena.

Charlie puso todos los ingredientes junto a la estufa y comenzó a batir la mezcla mientras Eddie se mantuvo cerca de ella, observando cada uno de sus movimientos y cuando tenía todo para empezar a cocinar, se acercó más.

—¿Puedo? —preguntó poniendo un dedo sobre la mezcla cruda.

—Te hará daño si la comes así —frunció la nariz.

—¿Nunca la has probado? —rio.

—No, qué asco...

—Pruébala —embarró su dedo y lo acercó a la boca de Charlie.

—¡No! Aleja eso de mi cara.

—Sabe deliciosa ¡Pruébala!

—¡No! —comenzó a retroceder hasta que chocó con un gabinete de la cocina—. ¡Eddie, no!

—Si no te gusta, no pasa nada, pero ¡Vamos! Debes probarla. Mamá fue la que me enseñó que esto sabía delicioso.

Charlie lo miró un instante. Se notaba la ilusión en sus ojos al hablar, ella sabía cuán importante era su madre para él y lo mucho que la extrañaba. No pretendía ocupar su lugar, pero nada le costaba ceder a eso.

El tiempo que nos queda ﹝+18﹞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora