[Enero de 2059]
Algunas veces la causa y el efecto están separados por siglos, por espacios o, incluso, por mundos en los que no somos testigos de la causa, pero si estamos en medio del efecto, es nuestro deber arreglarlo.
Eddie y Charlie se dirigieron a Salem en un auto que él tenía resguardado cerca de la carretera, era un coche militar que la chica se contuvo de cuestionar de dónde lo había sacado y tampoco quiso preguntar mucho durante todo el trayecto.
Le asustaban las respuestas.
Aunque no fue un camino muy largo, fue difícil de transitar. El fuerte viento dificultaba la visión y el calor era insoportable, a pesar de estar en enero.
Underford estaba completamente abandonado, era un pueblo fantasma.
Los bellos paisajes verdes a los costados de la carretera que ella tanto amaba ya no estaban, la situación había cambiado y sólo eran colinas teñidas de tonos ocre. Si bien era cierto que estaban en invierno, Charlie nunca había visto algo así. Estaba acostumbrada a admirar el piso tapizado de nieve en esa época, no un suelo árido y sin vida.
Cuando entraron a Salem, la situación no mejoró mucho. La mayoría de las casas tenían tablones cubriendo las ventanas, no se veían niños jugando por las calles ni nada que le diera vida y alegría al pueblo. Todo se veía gris, abandonado y sumergido en una nube de polvo, pero ahí sí vivían personas, solo que permanecían encerradas en algún lugar bajo tierra protegiéndome del clima extremo.
Después de conducir un tiempo entre la espesura de polvo, llegaron a lo que parecía un estacionamiento subterráneo en donde Eddie tuvo que escanear una tarjeta para que los dejaran entrar y poder dejar ahí su auto.
—¿Dónde estamos? —preguntó Charlie, quitándose la máscara al ver que Eddie también lo hizo al bajar del coche.
—Es la nueva Salem —anunció, intentando sonar contento.
Caminaron a lo largo del estacionamiento hasta llegar a unas escaleras que los llevó al exterior.
Charlie se detuvo a mirar todo. Ahí no corría el feroz viento. La vista era clara y sin polvo. Había árboles frondosos y cuando pensó que todo estaba bien ahí, miró a la distancia lo que parecía una gran pared de cristal en donde golpeaban la tierra y el viento como si quisieran profanar ese pequeño lugar libre de destrucción y escases.
—¿Dónde estamos? —volvió a preguntar.
—En una distopía disfrazada de utopía —dejó salir todo el aire de sus pulmones—. Estamos dentro de una gigantesca cápsula de cristal que rodea la ciudad, con ecosistemas creados artificialmente para simular que el mundo no es un caos fuera de esto y que aún podemos tener una vida "normal".
—¿Para qué vinimos aquí? —frunció el ceño.
—Para poder charlar con un poco de calma, lejos del búnker y sin estar a mitad de una tormenta de tierra.
—Este lugar no es lindo, Eddie.
—Afuera las cosas no mejoran, créeme —la sujetó de la mano para comenzar a caminar.
Llegaron hasta la puerta de un hotel en el centro del pueblo en donde los recibió un hombre y los detuvo mientras sostenía un escáner en sus manos.
—Conocen las reglas —se plantó frente a ellos.
Eddie miró a Charlie y tragó saliva, un poco nervioso.
—De acuerdo. Yo primero —carraspeó.
El hombre puso el escáner frente a los ojos de Eddie, apuntándole con una luz roja directamente en la pupila y le prestó atención al monitor del aparato.
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El tiempo que nos queda ﹝+18﹞
Science FictionCharlie se enamora perdidamente de un chico que llega al pueblo a inicios de la década de noventas. En ese mismo año lo ve morir de una manera trágica y dolorosa, así que pasa las siguientes décadas pensando en qué pudo ser diferente para mantener c...