00:22 - Parte II

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[23 de septiembre de 1992]

Era pasada la medianoche cuando Eddie llevó a Charlie hasta su casa. Debió ir de nueva cuenta él solo hasta aquel poste de luz a recoger sus cosas y su auto después de dejarla en el hospital. Tras varias horas ahí internada, los doctores lograron estabilizarla de su colapso nervioso y consideraron prudente que se fuera a casa ya que el ambiente ahí podía perturbarla nuevamente.

Antes de irse, Charlie logró observar en una de las habitaciones al hombre del camión que arrolló su auto. También estaba siendo atendido y la familia de Michael estaba ahí para ayudarlo.

Sintió que se le partió el corazón cuando vio al niño reír a carcajadas junto a su verdadera madre mientras compartían una galleta en la sala de espera. Charlie sabía cuánto amaba las galletas y las había horneado cientos de veces para él.

Nunca más podría hacerlo.

Nunca más sería su hijo.

Salió del hospital mentalizada de que esa sería la última vez que vería a Michael y que así debían de ser las cosas.

El camino a casa fue bastante corto y sereno. Charlie no podía dejar de mirar a Eddie mientras conducía, sabía que si no hubiera estado aún sedada hubiera estado llorando todo ese tiempo, pero solo se dedicó a admirarlo de perfil, manejando por la oscura carretera.

—Te ayudaré a bajar —le anunció Eddie al estacionarse frente a la casa. Rodeó el auto y abrió la puerta para ofrecerle su mano.

Todo estaba oscuro y quieto. Era algo extraño, sus padres siempre dejaban las luces encendidas, aunque fuese de noche. Charlie comprendió la razón cuando entraron y vieron una nota en la mesa del recibidor donde explicaban que habían ido a hacerle estudios a la abuela y que ella y su madre pasarían la noche en Salem mientras que Rick estaba aún de guardia en la cafetería, ajeno al colapso sufrido por Charlie.

—¿Puedes subir los escalones? —preguntó Eddie.

—Estoy sedada, no lisiada —sonrió.

—De acuerdo —suspiró, serio—. Vayamos arriba.

A pasos lentos, Charlie subió la escalera y de la misma manera entró a su habitación para tumbarse en la cama.

Eddie sacó todo el aire de sus pulmones y se frotó el rostro antes de ir a abrir la ventana para refrescar un poco la habitación.

—¿Estás bien? —inquirió Charlie.

—Lo que necesito saber es que si tú estás bien —se puso las manos en la cintura, parado frente a la cama—. ¿Qué fue todo eso de la tarde? ¡Creí que algo más grave te pasaría!

Charlie bajó la mirada. Sabía que sus emociones le habían jugado una mala pasada, pero todo había terminado.

Logró arreglarlo.

El día del accidente había terminado y Eddie aún estaba ahí frente a ella. Vivo.

Pensó que tal vez podría decirle toda la verdad, pero continuó mintiéndole.

—Me alteré un poco con el accidente que vi, perdí mi auto y no lo sé —se encogió en su lugar—, creo que me puse nerviosa.

—¿Por qué repetías una y otra vez que yo iba a morir? Y que lo habías arreglado.

—No lo sé, estaba en shock. No estaba en mis cinco sentidos.

Eddie la miraba, ceñudo. No estaba enojado, estaba demasiado preocupado. Los momentos de delirio de Charlie habían llegado al tope hasta el punto de llevarla al hospital y eso no le agradaba.

El tiempo que nos queda ﹝+18﹞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora