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Ecuación de Dirac

Parte 1: Pacto

II

No te ates

Ni siquiera el agua caliente de la ducha podía subirle la temperatura como Todoroki lo hacía

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Ni siquiera el agua caliente de la ducha podía subirle la temperatura como Todoroki lo hacía. Se preguntó varias veces, si aquello realmente estaba sucediendo o solo estaba sedado y en coma en algún hospital de Tokio. Ya sabía que sentía algo por él, pero nunca imaginó que solo hacía falta un mísero toque para sentirse flotar hacia el cielo y hundirse al infierno al mismo tiempo.

Se le hacía difícil pensar, se movía por instinto tal vez. Mierda. Se sentía un maldito torpe y, para colmo, inseguro. No entendía cómo a Todoroki no le daba pudor, cómo sabía exactamente qué hacer en qué momento y en qué lugar. Tenían la misma edad, no podía haber tanta diferencia en experiencia. Los siguientes pensamientos le estrujaron el pecho. Intentó ignorarlos. No importaba si Todoroki había estado con otra persona, o tres, o cien. No importaba, no importaba. Después de todo, nada podía crecer entre los dos.

—Es una despedida, nada más —repitió entre suspiros, con las uñas clavadas en Todoroki dejó marcas en lo ancho y largo de su espalda.

—Lo sé.

La respuesta le retumbó en los oídos de la misma forma en la que lo había hecho todas las noches anteriores. Sus cuerpos vibraban al mismo ritmo, envueltos en capas de calor que —Bakugou estaba más que seguro— les harían volar en pedazos en cuanto el rubio se dejara llevar al completo. Intentó mantener a raya su sudor, secándose contra las sábanas o pegándose al lado derecho de su compañero. Pero era imposible, hasta el lado frío de Todoroki estaba caliente.

Y, por si fuera poco, Shoto no podía quedarse quieto. Era como si quisiera probarlo todo en el poco tiempo que les quedaba, exprimir hasta el último segundo. Y muchas veces Bakugou no podía seguirle el ritmo. Era una vergüenza, él era el mejor en todo y ahora venía Todoroki a querer rebajarlo. Jamás. Demonios. Bakugou detestaba no tener el control. Lo odiaba. Y ahí estaba, completamente derretido.

Era demasiado. Desde esa última noche en la academia habían pasado solo cinco, y Bakugou ya había olvidado cómo se sentía dormir solo. Se maldecía en todo momento, pero estaba cumpliendo a su palabra: no lo apartaría, por una semana, los dos se despedirían. Sin arrepentirse de nada, esa era la regla de oro. Quedaba una noche más. En el día siete, Bakugou se marcharía quizá para siempre.

Lo habían hecho en ambas habitaciones de UA, por el recuerdo. Subir por los balcones y esconderse de los demás, que seguían en la fiesta, solo les había dado más adrenalina. Después de eso, Todoroki había estado escabulléndose todas las noches a la casa de los padres de Bakugou y se había ido con el sol, sin que nadie lo viera. Estaba resultando bien. Ninguno de los dos quería hacerlo público porque no durarían, solo estaban despidiéndose.

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