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Ecuación de Dirac

Parte 1: Pacto

I

Última oportunidad

Podía ser irónico, pero el ruido a veces podía abrumarlo

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Podía ser irónico, pero el ruido a veces podía abrumarlo. Él no tenía nada de pacífico y, sin embargo, le era imprescindible poder disfrutar la serenidad. Al menos una vez al día necesitaba una dosis de silencio que le diera calma a sus pensamientos ensordecedores. Ese era el motivo principal por el que había ideado un plan para escapar de allí, no podía aguantar más dentro de esa sala: todos fastidiándolo. Su hora rutinaria de dormir ya había pasado, estaba agotado y al día siguiente debía levantarse muy temprano.

Realizar la primera parte de su plan de manera exitosa no fue sorpresa, sus amigos eran tontos, claramente él podía burlarlos sin esforzarse demasiado. Pero no pudo escabullirse escaleras arriba, eso lo tenían cubierto. Así que Bakugou Katsuki se propuso subir a su habitación desde afuera, sus explosiones como propulsores. Entraría en su habitación por el balcón y trabaría la puerta y la ventana para que nadie lo molestara, dormiría lo que quedaba de la noche y a las cinco de la madrugada estaría listo para entrenar. Sí. Esa era la última parte del plan.

Bakugou rodeó el edificio evitando las ventanas, para que nadie dentro pudiera verlo huir. Y lo encontró a él, acostado como queriendo formar una estrella con las extremidades, boca arriba, los ojos dispares plantados en el cielo estrellado.

Algo se agitó en su interior cuando notó esa plácida expresión y los cabellos bicolores mezclados hacia arriba que permitían verle la frente. Cerró las manos en puños y su cuerpo se movió antes de que su mente pudiera procesarlo.

—¿Qué haces aquí, Todotonto? Te perdiste los 18 brindis.

Todoroki Shoto no se volteó a verlo, ni siquiera se movió un ápice. Bakugou se quedó allí clavado, los pies en el suelo a dos pasos de él, el pulso temblando en un ritmo diferente. ¿Por qué demonios se había acercado? Se cuestionó. Ah, sí. Porque no quería arrepentirse de nada.

—Es confuso, todos están tan animados y tan tristes.

La voz cortó el aire y le dio un escalofrío. Bakugou suspiró. Tal vez no estaba pensando cuando se sentó a su lado, desprolijo, con las piernas cruzadas.

—Es lógico, es un final y un comienzo. Mañana seremos los héroes que siempre quisimos ser. —Dejó una pausa, después ahogó una risa como de burla—. El enano violeta trajo alcohol de contrabando y resulta que tu amigo cuatro ojos es débil contra eso —dijo—. Te lo perdiste todo, cantó horrible.

Por motivos que ya —considerándose lo suficientemente maduro— no podía seguir negando, Bakugou estaba nervioso. No podía creer que de verdad estuviera tratando de entablar una conversación normal. Intentaba distraerse arrancando el pasto bajo él, pero se detuvo porque tenía las manos sudadas y temía explotarlo todo.

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