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Ecuación de Dirac

Parte 1: Pacto

V

Sin sentimientos, carajo

29 de abril de 2019, Corea del Sur

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29 de abril de 2019, Corea del Sur.

El sol de la mañana le entregaba su tibieza a través de la ventana. Se maldijo por no haber cerrado la cortina cuando anocheció, aunque no era su culpa. Habían pasado cuatro meses desde la última vez que había visto y tocado a Todoroki Shoto, era claro que una vez se encontraran no iban a poder pensar mucho en lo que los rodeaba.

Cada vez era más difícil aguantar el viaje entre el aeropuerto y la habitación. Pero en Corea del Sur nadie los conocía y ese detalle le daba a Todoroki una valentía extra para atraerlo a un escondite y besarlo. Incluso estando allí, recostado sobre el colchón con únicamente una sábana cubriéndolo, con Shoto durmiendo plácido a su lado, la imagen lo hacía sonrojarse.

En cuanto se vieron dejaron evidencia de cuánto se habían anhelado, extrañado. Se felicitaron mutuamente por sus cumpleaños, no hicieron comentario sobre la fecha de su aniversario. No es que debieran celebrarlo, además, podía ser incómodo. Habían cumplido un año y solo se habían visto tres semanas. Bakugou no quería pensar en ello, pero no podía dejar de hacerlo. Realmente, una parte de sí mismo, quería que Shoto lo rodeara en brazos y entre besos le dijera que lo ama, que no iba a irse de regreso. La otra parte era más realista, y sabía que no pasaría y que él mismo impediría que sucediera. No importaban los sentimientos, no importaban. Si decía lo que sentía todo iba a ser peor, mucho más doloroso, se convenció mentalmente de eso. Era más fácil dejar las cosas así.

Se giró un poco, para quedar frente a él. Las pestañas de Todoroki cambiaban de color en cada ojo, a la derecha grisáceas y en la izquierda, sobre su quemadura, crecían más oscuras. De igual manera lo hacían sus cejas, la derecha más tupida que la izquierda. El sol que había despertado a Bakugou ni siquiera inmutaba a Todoroki, parecía que la luz siempre había estado brillando sobre él, le aclaraba la piel, le fulguraba el rojo en su pelo y le centellaba el lado blanco.

Estiró su brazo demorando el proceso, siempre era cauteloso cuando quería tocarlo y no sabía por qué se volvía así. No le sucedía con nadie más. Se transformaba de repente en alguien delicado y manso. Cuando tenía un tiempo para reflexionar le nacía de adentro una enorme cantidad de enojo y bronca contra sí mismo, ¿por qué cambiaba así?

Se preguntó lo mismo mientras acariciaba la cicatriz rojiza, intensa en el medio, aclarándose en los bordes. La recorrió suavemente con el dorso de los dedos y con las yemas, alrededor, sobre el párpado, con extremo cuidado. Se quedó un momento dándole caricias en el pómulo, sintiendo su respiración en la piel. Después trazó el puente de su nariz, hizo círculos en la punta hasta que le hizo fruncirla y moverla con el cosquilleo. El calor que lo embriagaba ya no venía del sol. Enternecido, siguió el contorno de la quijada y el mentón. Le rozó los labios y se preguntó cuándo se había acercado tanto, se dio cuenta de lo que hacía cuando ya lo estaba besando. En los labios, en las mejillas, en la frente, en la nariz, en el cuello. Sutil, atento de no despertarlo, con un cariño que no se permitía pensar, lo estaba mimando en contra de su propia voluntad y no quería dejar de hacerlo.

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